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jueves, 1 de noviembre de 2012

Mariela y el mal de amor XIV



No reconozco esta soledad de hoy; más amarga y contradictoria que nunca. Desde hace horas miro el horizonte difuso de tejados y humo, repitiendo palabras, repitiendo el lloroso alegato de Julia, jurando y perjurando que sólo dije lo que era necesario decir. Ni una palabra de más. -Acaso- concedo -de haberlo pensado mejor habría suavizado las formas- pero al momento reconsidero mi indignación de toda la tarde y sentencio que me tiene muy harto. -No tiene derecho a meter las narices en mis cosas. Menos aún a mostrar mis papeles a todo cristo, mucho menos al propio Mattarasa, y sin tan siquiera preguntar; como si fuera un incapaz. No. Me importa una mierda si lo hizo o no con la mejor intención, o si yo nunca hubiera llegado a dar ese paso. Me correspondía a mí- atajo decidido a dejar zanjado el asunto, y, sin embargo, observo desalentado como tras mi última palabra, sigue cayendo la noche sobre un inquietante mar de culpas. 


Se han encendido algunas luces en la ciudad y el cielo se ha teñido de un naranja raro y mortecino que también inflama el aire viciado de la habitación. Cambio otra vez de postura tratando de encontrar algún acomodo para mi espalda. Sudoroso y frustrado, me siento al borde de la cama. Noto frío el suelo y como el tubo que me une al gotero, tira de mi antebrazo más de lo prudente -debí sentarme del otro lado, sólo que entonces en lugar de disfrutar esta parcela de mundo que ofrece mi ventana, contemplaría la bolsa con el líquido pútrido que, gota a gota, brota de mi rodilla como de un manantial venenoso- Enciendo otro cigarrillo y aspiro una gran bocanada al tiempo que recreo por enésima vez la voz amable del ogro: “No deje de venir a verme” -Haremos un buen negocio- añade mi imaginación, que no contengo y continúa explayándose; “Usted siga escribiendo. Nada muy político ni social, ya sabe; en la línea de bobadas intrascendentes que cuenta usted. No crea, ese tipo de cosas también tienen su público; más en estos tiempos que padecemos. Yo le doy una columna en uno de mis semanarios de seis páginas y si la cosa funciona, le garantizo que hablaremos de dinero, y quien sabe... quizá algún día veamos su firma en Une Patrie Blanche; como ya sabrá, el asqueroso pasquín racista, xenófobo y lepennista del que soy cofundador y director. …claro que siendo usted extranjero; español ¿no es así? No sé si... ¡Bueno!, dejemos eso ahora. ¿Qué me responde usted, Lanaspá?” Pero Lanaspá, en este momento abrumado y perdido en un laberinto de emociones, no responde por más que siguen pasando los minutos. 

A eso de las tantas de la madrugada me despierta una de las muchas broncas que misteriosamente detonan durante las noches en el pasillo. –Un día tengo que interesarme por eso- En ese momento soñaba con un murmullo de voces de ángel y, cíclica y monótona como un martillo, con la risa ratonera de Matthieu. También había una mujer que caminaba abatida y a cada poco volvía la cabeza para mirarme; deduzco, víctima de mi obsesión con lo ocurrido por la tarde, que no podía ser otra que Julia, y otra vez me angustio ante la incertidumbre de si volverá. Me dormí sentado, con el cuello doblado hacia un lado y el ordenador sobre el regazo. Ahora, al volver a la vida, mis cervicales apuntan que, tal vez, “cabezón” no sea siempre una metáfora y la luz lechosa de la pantalla, entre un sin fin de sombras siniestras, revela que han recogido la bandeja de la cena y dejado las dos píldoras y el vaso de agua sin siquiera despertarme. De un vistazo rápido compruebo que ni dejé colillas a la vista, ni olvidé soplar la ceniza del suelo. - En todo caso- pienso -puede que al personal del turno de noche no le importe mucho si fumo. Me pongo cómodo, leo una línea y caigo en la cuenta de que justo antes de la cena decidí retomar las aventuras sexuales de Mariela y Raúl Mercader. Ahora ya no cabe duda; el cosquilleo de satisfacción que me produce la idea, viene a declarar que es lo que deseo.

Imagen: Ramón Ventura

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