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miércoles, 27 de octubre de 2010

Correcto

Lo peor de ser un varón blanco heterosexual de metro ochenta con las facultades mentales dentro de la media es que no puedes decir absolutamente nada gracioso sobre la enana borde y medio tonta que hay en el mostrador de mi centro de salud sin que el grueso de la población mundial se te eche encima. A este fascinante mecanismo de control social se le denomina “corrección política”.


La corrección política ha conseguido que los libros de estilo de los periódicos sean actualizados con más frecuencia que los antivirus. Un buen día, por ejemplo, los paralíticos dejaron de ser paralíticos para ser inválidos. Entonces a alguien le pareció que inválido era una palabra horrible y dejaron de ser inválidos para ser minusválidos. Pero el minus le sentó mal a alguien, y pasaron a ser personas con movilidad reducida, que es lo que son ahora hasta que algún gilipollas diga: “¿Reducida? ¡¿Cómo que reducida?!”


Dicen algun@s que la palabra coñazo es machista a no ser que sea empleada en un sentido literal, algo así como: “¡Ven aquí, que te como el coñazo!” En ese sentido no es machista, ¿vale?


El problema es que, si hacemos caso a esa gente, hay palabras, como coñazo, que correrían el riesgo de desaparecer para siempre de nuestro idioma. Porque, seamos serios, ¿en cuántas conversaciones surge la necesidad de referirse a un “coño grande”? Eso por no hablar de lo relativo que resulta el tamaño del órgano sexual femenino (así, en frío, no soy capaz de saber si alguna vez en la vida he visto un coño notoriamente más grande que otro).


Si echamos mano de la etimología sin conocerla demasiado, como hacen los detractores del “lenguaje machista”, nos encontramos con otras expresiones que podrían llegar a ser muy problemáticas. No creo que a los liberales de izquierdas les haga gracia la expresión “hacer algo a derechas” como sinónimo de hacerlo bien. Y no creo que a los conservadores les guste la expresión “tener mano izquierda” referida a tener maña. ¿Y qué me decís de “adiós”? Como ateo, podría negarme a encomendar a Dios a las personas de las que me despido y negarme a que ellas lo hagan conmigo ("Eh, tío, Dios no existe, dime 'ta luego").


"Puta", hermosísima palabra española, presente incluso en nuestra más destacada obra literaria, es ahora una palabra perseguida. Más que eso, es un símbolo, el orgulloso estandarte de las palabras prohibidas.


Al parecer, en España los hombres ya no vamos de putas, sino de profesionales de la prostitución o mujeres víctimas de la explotación sexual. Con todo mi respeto hacia las putas y hacia su situación personal, ¿realmente necesitamos tanto background para que nos coman la polla por dinero? Es como si entramos en una Nike Store y pedimos “unas piezas de material sintético cosidas por menores chinos sin hogar en disposición tal que calienten nuestros pies” en vez de pedir unas zapatillas.


La manipulación del lenguaje ha llegado a tal grado que ahora, cuando un hijo de puta corre a hostias a su señora, para algunos resulta que es "terrorismo machista". Terrorismo, nada menos. Y claro, si el maltrato, luego llamado violencia de género, luego llamado violencia machista ahora resulta que es terrorismo, no tardará en llegar el día en que decir “coñazo” o “cojonudo” se considere apología del susodicho. O colaboración con banda armada, vete a saber.


Es lo que tiene vivir en un país de ricos con preocupaciones de ricos, que el hombre ya no viene del mono. Ahora es la persona quien viene de los grandes simios. Tócate l@s huev@s...

sábado, 16 de octubre de 2010

Muerte a las nuevas ideas

Zaipi 1992


Para impedir la difusión de pensamientos contradictorios y con el objetivo de formar una sociedad unificada y ordenada, los gobiernos autoritarios del planeta censuraron las cuerdas vocales del pueblo y ciertas palabras e ideas nunca más pudieron ser pronunciadas. Aquellos que intentaban deletrearlas, desistían después de emitir la primera letra. Aún así, a la sociedad le quedaba la escritura, y había gente que escribía; le quedaba también la lectura y había gente que leía. Pero al tiempo, para contrarrestar estas virtudes, los gobiernos eliminaron las palabras prohibidas de todo texto existente, y ciertas ideas jamás volvieron a ser leídas. Por otro lado y para no dejar cabos sueltos, censuraron las manos de quienes las escribían. Con el correr de los años los pensamientos terminaron por convertirse en los prisioneros de sus propias mentes creadoras. Ahora las palabras, aunque latentes, son incapaces de cobrar vida y permanecen exiliadas, condenadas al olvido.

Walter Giulietti