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viernes, 20 de noviembre de 2015

Sombras de ángeles / Pecadores

Abro las ventanas con el deseo de que este lapsus de sol que nos regala el temporal purifique las estancias. Nada me resulta tan familiar como esperaba; mucho menos el olor a polvo y madera vieja que me embota la nariz. Tampoco recordaba la espiga del suelo, ni el cuadro de la entrada , ni el color de las paredes; apenas el piano y algunos muebles. El comedor es un solar, la cocina parece que fue abandonada con urgencia y el pasillo se me antoja demasiado largo, interminable cuando me pongo a recorrerlo. Dudo cual era mi cuarto ¿La tercera o la cuarta puerta? Opto por una y acierto. La cama está desmontada contra un rincón, el ropero vacío y abierto de par en par. No queda más rastro de mí que un desvencijado poster del Real Madrid y el escritorio contra la pared. Me acerco con cuidado, como si temiera del sonido de mis propios pasos y también abro esa ventana para ver los detalles. Nada que ver, salvo la lámpara que el tio Abelino me trajo de Francia y que mi madre colgó del techo, a pesar de encontrarla horrorosa, por que estaba convencida de que era carisma.
-¡Mama!- repito como la misma congoja de hace un rato y no se porqué me viene ahora a la cabeza en la otra casa, cuando aun vivíamos en la calle Joaquín Costa: Una tarde, al volver del colegio, la encontré llorando en la escalera, tan desconsolada que me hizo llorar también a mí aun antes de saber que ocurría. El camión del Butano acababa de aplastar a Martín; un hermoso animal blanco y negro que sólo se dejaba acariciar por nosotros dos y que dormía en mi cama desde cachorro. Sabio, silencioso e infatigable observador de ojos inmensos y enorme cabezón. Con algunos hosco pero que en buena relación superaba en bondad a cualquiera de la familia -Nunca más tuvimos gato-
Hago un esfuerzo para no dejar aflorar las lágrima