Este es uno de los muchos textos que envío a dormir el sueño
de los justos una vez concluidos. Y he pensado recuperarlo porque compruebo,
como una recurrente causalidad, que no somos pocos los juntaletras que
coincidimos en la exposición del mismo interés temático. Y es que eso de las
sincronicidades no es nada metafísico, sino una consecuencia, por poco común que
parezca el objeto del debate.
Paco Bello
Conozco, leyendo un artículo en esta misma página, que el pasado 22 de abril el Tribunal Supremo dictaminó que ir como nuestra madre nos trajo al mundo no es un derecho, ni siquiera en una playa. Supongo (puestos a suponer), en vista de que a los bebés no los sancionan al nacer de esa forma tan poco decorosa que, en los hospitales, al menos mientras salen de salva sea la parte (no se me vaya a ofender tan digno tribunal si me refiero a la vagina o al coño), sí pueden mostrarse sin aderezos que cubran sus partes pudendas. Y supongo también que, en casa (el que tenga), semejante desvergüenza no debe estar prohibida tampoco en los adultos, aunque quizá nos libramos porque nadie ajeno a la familia (e incluso dentro de ella) nos ve en cueros.
Más allá de tomárselo con ironía esto me parece de la máxima relevancia. Vamos para atrás como los cangrejos. Del amor libre de los sesenta (en el ‘mundo libre’) a las sanciones por resultar indecoroso mostrarnos al natural han pasado cincuenta y cinco años hacia delante, y en reversa.