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domingo, 28 de octubre de 2018

Caballos


En la equitación moderna estamos acostumbrados a ver a los caballos como individuos que pasan su vida entre las cuatro paredes de un box, excepto en las ocasiones en las que los sacamos para pasear, entrenar o participar en una equitación. Sin embargo, sólo podemos entender la compleja psicología de este animal si tenemos en cuenta cómo es su vida en libertad y sobre todo, cuáles son las necesidades que derivan de ese "yo" primitivo que sólo puede entenderse si se tiene en cuenta su vida en manada.

En la naturaleza, el caballo como unidad no existe. Es decir, su supervivencia está estrechamente ligada a su pertenencia al grupo, y en caso de quedar aislado, sus posibilidades quedan tan mermadas que son prácticamente inexistentes. Desde su nacimiento, cada ejemplar establece estrechos vínculos con su madre y con la manada a la que ésta pertenece, y sólo unos pocos minutos después de haber comenzado a respirar, su primer instinto le dicta que debe ponerse en pie y aprender a caminar y a correr si es que quiere seguir el ritmo del grupo.

La pertenencia a una manada concreta marca su toda su existencia. Una vez que el nuevo potro ha sido aceptado por su madre (no siempre ocurre, de ahí la importancia de no tocar al recién nacido), la yegua le olfateará por completo, al tiempo que le lame para eliminar la suciedad y la sangre. Estas primeras caricias permitirán al pequeño reconocer el olor de su madre, incorporar como suyo el de ella y establecer una primera relación con otro animal de su misma especie. Los caballos son animales gregarios y su aprendizaje incluye una intensa interrelación con otros caballos. Una vez que el potro es capaz de seguir a su madre, comenzará a interactuar con otros potros de su misma edad y con sus progenitoras. El semental del grupo también se acercará al recién llegado y asimilará como perteneciente a su grupo su olor y características físicas. 

Cuestión de jerarquías

Las manadas están compuestas por regla general por varias yeguas y sus potros menores de dos años, así como por uno o varios sementales. También existen grupos compuestos por los machos solteros que han sido expulsados de sus manadas una vez alcanzada la madurez. En el primer caso, que es el más habitual, las decisiones las adopta una yegua veterana, o yegua líder, respetada por el resto del grupo por su madurez, su experiencia y su capacidad para encontrar los mejores pastos y los refugios más abrigados. El resto de las yeguas ocupa diferentes puestos en la jerarquía, que son asignados según sus capacidades y, en gran medida, según el puesto que hubieran ocupado sus madres antes que ellas. Los potros heredan la jerarquía de sus madres, y cuanto mayor sea su rango, mejor acceso tendrán a los pastos más nutritivos o al agua. 

El semental, en contra de lo que habitualmente se cree, ocupa una posición importante únicamente en la época de celo, en la que su posición de privilegio reproductivo se verá retado por los machos sin hembras procedentes de las manadas de solteros. Sólo los machos más capaces tendrán el privilegio de reproducirse, y aunque lo más habitual es que sólo ejerza esa función un solo ejemplar, se han observado casos en los que dos amigos muy íntimos se reparten esa tarea.

Cuando el potro alcanza un mes de vida, comienza a explorar su entorno y a entablar relaciones de amistad con otros animales de su misma edad. Los caballos son animales amistosos, y establecen relaciones muy estrechas con otros ejemplares. Cuando existe esa relación especial, es habitual verles rascándose el cuello o descansando de pie con las cabezas juntas, mientras que con las colas se espantan las moscas mutuamente. Las yeguas pueden llegar a amamantar los hijos de sus amigas y en todo momento cada uno de los miembros del grupo se preocupa por el bienestar del resto. Es una escena habitual ver cómo ciertos individuos permanecen en alerta mientras el resto de los componentes pastan tranquilamente. Tan pronto como se produzca la primera señal de alerta por la presencia de un posible depredador, todos los caballos emprenderán la huida como si se tratara de uno solo.

Como comentaba al principio, las posibilidades de supervivencia de un caballo aislado son mínimas. Los caballos necesitan pastar durante un mínimo de dieciocho horas del día y descansar un mínimo de seis; la pertenencia a un grupo garantiza que durante ese tiempo en que el animal permanece más relajado, alguien le alertará de la presencia de posibles peligros. Además, la compañía le proporciona un equilibrio psicológico indispensable, puesto que desde su nacimiento siempre ha convivido con otros individuos que le facilitaban seguridad, compañía y amistad. Sin esa relación, el caballo solitario termina pereciendo.

Cautividad "anti-natural"

Los expertos en comportamiento animal han podido comprobar que en las manadas de caballos que viven en libertad no existen los tan conocidos y temidos "vicios". De hecho, la aparición de estos problemas en los caballos domésticos es casi siempre consecuencia de su vida en cautividad. El concepto humano de "bienestar" casi nunca coincide con lo que un caballo necesita para sobrevivir y de nuestra ceguera para percibir esa realidad suelen proceder la mayor parte de los problemas de entendimiento al tratar con ellos.

Con esto no quiero decir que sea necesario prescindir de un modo de tratar a estos animales que ya es tradicional, pero sí que es posible adaptar algunos de nuestros hábitos para tratar de hacer más placentera su estancia en cautividad. Los caballos tienen necesidades concretas que, si son cubiertas de una forma natural, contribuyen a proporcionarles una vida más feliz.

Para comenzar, los caballos son animales herbívoros que necesitan masticar durante un mínimo de dieciocho horas al día. Durante ese tiempo, realizan desplazamientos constantes en busca de nuevos pastos, moviéndose al paso, y sólo en contadas ocasiones, al trote o al galope. Por otro lado, la ingestión de grano no es corriente, y además del agua que beben, una parte importante del líquido que precisan para sobrevivir lo obtienen de la digestión de la hierba.

Por otro lado, sus sentidos están habituados a los espacios abiertos. Sus ojos están diseñados para ver de lejos, y sus oídos son tan sensibles que son capaces de percibir sonidos que se han producido a kilómetros de distancia. El olfato, que les permite distinguir las plantas nutritivas de las venenosas, tiene un papel fundamental en el reconocimiento de los otros individuos del grupo y de los posibles depredadores.

Cuanto más joven es un caballo, más tiempo necesita para jugar y para relacionarse con sus semejantes. Por lo general, los juegos de los potros incluyen amagos de lucha, carreras, saltos y simulaciones del apareamiento. A partir de los seis meses, los machos suelen agruparse con los machos para divertirse de una manera más violenta que las hembras.

El espacio vital de cada individuo está rígidamente establecido, y sólo alguien muy cercano a él tiene permiso para entrar dentro de ese espacio. Al vivir en libertad, no suelen aparecer conflictos por causa del espacio. Los caballos no tienen ningún instinto que les impulse a la defensa del territorio, sino únicamente protegen el espacio que ocupan la totalidad de los individuos de la manada.

Los problemas que observamos en los caballos que mantenemos en cuadras surgen de su propia naturaleza, "violentada" por la necesidad de convivir con los humanos. Para comenzar, restringimos las posibilidades de movimiento de cada ejemplar, obligándole a permanecer durante horas, e incluso días, confinados a un espacio estrecho que en el mejor de los casos no supera los nueve metros cuadrados. Desde ese pequeño habitáculo se ve bombardeado por multitud de olores, muchos de ellos desconocidos y antinaturales, otros procedentes de ejemplares con los que no puede mantener ningún tipo de relación. Por regla general las cuadras cuentan con una iluminación natural limitada, y se recurre a la luz artificial durante las 24 horas del día. Rigiéndonos por los hábitos de los humanos, insistimos en alimentarles tres veces al día, con compuestos y grano que exigen digestiones más largas que la hierba, pero que no proporcionan al caballo la posibilidad de masticar y mantenerse ocupado de la forma que le exige su naturaleza.

Por poner un ejemplo, en Gran Bretaña un grupo de veterinarios ha descubierto que algunos de los vicios de cuadra más habituales y perjudiciales para la salud del caballo, como tragar aire o comer los propios excrementos, tienen su origen en un exceso de ácido en el estómago, causado por los hábitos alimenticios de la cautividad. Otros vicios, como cocear o morder, suelen tener su origen en la cautividad en sí misma, puesto que obligamos a convivir a caballos que no mantienen un vínculo entre sí y que, por lo tanto, consideran una amenaza al animal que tienen al lado.

Otros problemas que se producen durante la monta o manejo del caballo pueden tener su raíz en otras violaciones de la naturaleza, como por ejemplo, la intrusión en el espacio vital sin previo aviso o la falta de ejercicio continuada. 

1 comentario:

Agencia de posicionamiento web dijo...

Que interesante este post, sigue así y muchos éxitos más! Buena vibra.