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viernes, 27 de enero de 2012

Muy íntima Nann

Andar buscando culpables por la vida, es un deporte –si se quiere- grosero. Por eso no puede uno andar aseverando que Leopoldo fuera el arquitecto de los afanes incestuosos de sus hijos… Es verdad que en los frecuentes viajes, los hacía dormir juntos, pero sólo por el sano propósito de ahorrarse unos chelines. No era responsable, ni tampoco consciente que María Ana, rodeada siempre de mujeres adultas, escuchara tanto acerca de lo placentero que era hacer esto o lo otro con los hombres…

Una noche, en la tibieza de las sábanas, las manos de la niña comenzaron a realizar excursiones nocturnas sobre el cuerpo dormido de Amadeus. En el esplendor de las cortes europeas por lo general anidaba, secretamente, una realidad subyacente bastante reñida con la moral pública. Barones, condes, sacerdotes y plebeyos la habían manoseado ya burdamente, en los pasillos de palacio o tras las bambalinas, en los días en que ella y su hermano eran las estrellas…
De regreso a casa, Amadeus y su Nann contaban con la complicidad de un barril de roble para ocultar de la vista de los profanos la intimidad infantil de sus escaramuzas corporales. Se contemplaban y se tocaban todas esas partes que la luz pública les prohibía por ser –según los adultos un equivalente de perversión y malas costumbres… Amadeus nunca pensó que fuera malo acariciar la delicada femineidad del cuerpo de su hermana. Ella lo había iniciado con tres viajes secretos de sus dedos inquietos por debajo del ombligo. Su hermana Nann, deleitosa y suave como un melocotón, había sido para el prodigioso Amadeus como un amuleto en contra de los pedófilos y maricones que infectaban el aire de las cortes y los escenarios del arte. Caer por la pendiente del amor incestuoso, fue para ellos –los hermanos- algo natural, sin embargo, en algún momento la magia se quebró desperdigando la desdicha de los fragmentos.

La bella Nann, amaba a su hermano. Lo que para ella comenzó como una simple curiosidad infantil, se fue transformando en un amor profundo y desesperado. La muchacha amaba hasta el aliento de su hermano. Amaba el prodigio de sus manos danzando sobre el teclado… Lo soñaba y lo pensaba todo el día y por la noche arrimaba su cuerpo delgado a las espaldas indiferentes de Amadeus. Cuando este estaba de ánimo, la abrazaba, besándola en la frente… María Ana intercambió con su hermano centenares de cartas y allí, haciendo uso de ese lenguaje críptico que ambos habían inventado, le decía cuanto lo amaba y cuanto lo había amado.

Imagen: Amón Non "Amadeus"

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