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viernes, 4 de febrero de 2011

Mariela y el mal de amor V

Vuelve a llover con fuerza, aunque ya no con la fuerza de hace un rato. Una luz rotativa aparece de pronto, incendiando con altas llamaradas de color ámbar las fachadas del otro lado de la calle. -Ya se ha inundado el sótano de la farmacia y han venido a los bomberos- pienso mientras me imagino, no sin algo de maldad, a mademoiselle Druon despotricando contra los técnicos municipales. En el último año le aseguraron, hasta en seis ocasiones, que el problema con el alcantarillado estaba definitivamente resuelto. 
Me tienta acercarme a la ventana para curiosear pero me reprimo; precisamente y para despejar algunas dudas, me acude a la memoria una confidencia que, durante una larga madrugada etílica, Freddy destripó sin ambages. No se, después de tantos años, cuales fueron sus palabras, pero recuerdo bien la esencia del mensaje que decía esto: “Por entones, sólo se habían acostado un par de veces, su affaire todavía no era tal y era de suponer que el suyo era un secreto a dos bandas. El mancebo ya era un cliente fijo del bar de Mariela y un día, atendiendo a una noticia de la primera edición del Telediario en la que aparecían algunas modelos desfilando en ropa interior, soltó delante de Chema, el camarero de confianza: “Me encantaría hacérmelo con una pelona, y mejor aún; raparla yo mismo”. Eran otros tiempos, claro está. Tras los consabidos comentarios jocosos, la cosa quedó como de otra de las tantas filias sexuales que el mismo se atribuía, pero en la siguiente cita, alguna semana más tarde, Mariela apareció con el servicio de afeitado del abuelo dentro del bolso; bacía, jaboncillo, brocha y navaja.” Excuso pormenorizar la parte final del relato; la desenfrenada calentura de ella, el escaso filo del útil, el mal pulso de él y la profusa aplicación de Betadine y apósitos con que trataron de contener las hemorragias. Lo escribo sólo como una nota a recordar, aunque sospecho que moriré sin olvidarlo… por que aquella información me turbó, lo confieso. 

Fue la primera vez que malicié que la necesidad de obtener placer sexual a través del sometimiento también se daba entre la gente real; más allá de Historia de O y mucho, mucho más acá de los relatos de Anaïs Nin. En fin… en pocos días superé la impresión, pero aquel episodio supuso todo un punto de inflexión desde el que no tuve más opción que reconsiderar algunos aspectos trascendentes de mi filosofía vital frente a la de Raúl Mercader… 
Aquella vara si que dolió.

Continuará


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