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viernes, 28 de enero de 2011

Mariela y el mal de amor IV

Zaipi

Regreso al escritorio, enciendo la lámpara y me dejo caer en una silla que se queja con un traquido siniestro. Podría inventar cualquier situación para justificar el hecho de que se conocieran. No se… como que Raúl fue a casa de ella para supervisar el trabajo de los electricistas de papá. Algo así sería coherente. Al fin y al cabo es un hecho biográfico que Raúl, recién rebotado de la universidad, fue reconvertido a jefecillo de la empresa. Bueno; a ese ambiguo cargo que se improvisa para los herederos y que se suele asignar bajo el hipócrita lema: “que empiece desde abajo, igual que yo”. En todo caso, creo que la familia de ella era cliente de Electricidad Mercader desde que el padre de Mariela abriera el bar Las Cumbres al licenciarse de la mili, así que es muy probable pues que ya se conocieran. …hasta creo que alguien me contó eso. Por otro lado, a nadie puede extrañar que él, un irresistible conquistador obsesionado por la exclusividad de sus conquistas, se sintiera morbosamente desafiado por su belleza prohibida. Nada extraordinario hasta aquí y da pie para continuar explicando que ella; tal vez sabiéndose deseada y sexualmente satisfecha después de  tanto tiempo, o quizá, quien sabe, si por primera vez, decidió enarbolar la bandera de la liberación, contra todo pronóstico y contra viento y marea. Lo medito un momento. Por que… ¿es seguro que no hubo amor? No. Que va a haber. Él sólo estaba enamorado de él, y ella… Lo de ella todavía tiene menos que ver con el amor: aprovechó la osadía de su pretendiente para darle un gusto al cuerpo. Mas tarde y una vez evaluado el inevitable sentimiento de culpa, que al parecer juzgó llevadero, decidió deshacerse también del pesado rol de esposa fiel y abnegada. Me imagino que ante todo, estaba hasta las narices del tal Pascualón y de las dos insulsas hijas que le dio, y que sólo precisaba del hecho revelador que le evidenciara su triste realidad: mujer insatisfecha, compañera olvidada, infatigable ama de casa… y también la obligatoriedad de seguir desempeñando el ingrato papel de regente vitalicia de un bar, dudosamente rentable, que heredó de su padre como un activo sentimental más.  Cavilo durante algunos minutos. -Muy bien pudo ocurrir de esta manera- concluyo. Pero entonces, ¿estaría contando, detalles aparte, otra edición del clásico mito del adolescente y la madura que sale por peteneras? Y fue algo más que eso ¿verdad? Siempre di por hecho que el espíritu demoníaco de Raúl Mercader, había provocado el desastre; desde el principio hasta el punto insostenible al que llegó. ¿Pero fue así o fue mi obsesión por este tipo, la me llevó a inventar una realidad paralela? La verdad es que ya no estoy muy seguro de nada, pero eso sería verdaderamente grotesco. 

Continuará

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