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domingo, 6 de septiembre de 2020

Negra noche


 Con briosa media vuelta enfila decidida la salida. ¿Decidida? Con el primer traspié se evidencia que va más pedo de lo que creía y que su caminar no será el esperado para una digna salida de escena. ¿Y que? Será suficiente con no acabar en el suelo, ni atropellar al camarero con todo el estropicio de los vasos rotos; el pobre Mauro es muy bizco y sería muy ridículo el encuentro entre dos que no van por donde miran. Pero alcanza la calle sin incidentes y sin escuchar pasos a su espalda. Se vuelve un instante para estar segura. Nadie. “ ¡Buf! Menos mal”. No estaba segura de si el mancebo repudiado se rendiría con tanta facilidad. Ahora lo de menos es haber huido en el momento que huye una calienta pollas, lo grave es la frustración que ha dejado atrás. Aprieta el paso, cambia de acera y enfila por la primera bocacalle que encuentra. Mejor que no sea un camino recto a casa. Siente los latidos desbocados de su corazón como golpes de tambor y la incomodidad de las bragas enrolladas debajo del culo, el sujetador suelto y las tetas campaneando como las de una vaca; también un raro frescor en la entrepierna “Tía… ¿Pero cuanto te has mojado? Mierda de noche, joder” y “Un rubio majísimo, no es un rumano zafio, con una barba como la del troll Holley. Cabronas. Me las pagareis” masculla mientras se aleja un poco tambaleante, a pesar de que su taconeo aún suena ligero rompiendo el silencio. 

“Vale, vale. Ya se que es culpa mía” se dice, como si rindiera cuentas a una fiscal imaginaria “Ya se que a mi edad no se aceptan citas con desconocidos, qué le debería haber parado los pies mucho antes y sobre todo puesto freno a mis furores. ¿Pero qué quieres? Nunca he sabido luchar contra mi Yo desencadenado.”

Antes de llegar a la plaza del Ángel, se detiene en seco. Por instinto, palpa la evidencia de sus pezones y luego el bulto que le hace el sujetador arrugado bajo la camiseta. “A donde crees que vas con estas pintas, payasa? ”Retrocede y toma un callejón, que condena a dar otro rodeo, pero esquiva la zona de bares con cientos de borrachos tomando la fresca en la calle.  Camino a la Catedral, hace esfuerzos por meter las tetas dentro de su funda. Es inútil. A los dos pasos vuelve a sentir el sujetador sobre las clavículas.  

Todavía se vuelve de cuando en cuando, para corroborar que el tal Catalín no la sigue, pero ha aflojado el paso. “Esto ya me lo comeré sola y él… pues que entienda que darse un lote con un pivón, es un precio justo por invitar a unos tiros y unas copas y que toda batalla deja un rastro de miseria. Y ya está”

Gira por lo Porches. Todos los bares están cerrados. Le hubiera venido bien encontrar uno para pasar al baño y al menos arreglarse la ropa interior, así que ahora tendrá que apañarse en un portal oscuro. Ninguno propicio a la vista y sigue pasando gente “Joder. Aun me queda un buen trozo hasta casa. Y voy dando el cante”

Oye un Whatsapp y se le desboca otra vez el corazón “Vete a a la mierda”
Cambia otra vez de dirección, ahora por no cruzarse con un grupo de chavales que avanza alborotando. Luego otra vez y otra más. Al fin, resignada, decide cruzar hacia el Parque por las calles de la Ronda Norte. Demasiada vuelta y demasiado solitarias. No le hace pizca de gracia, pero al menos le vendrá bien para despejar la cabeza y, a poder ser, aliviar el calentón.

Se le hiela la sangre, cuando saliendo de la plaza del Aspe, un coche oscuro se detiene bruscamente a su lado. Está a punto de salir corriendo y si no lo hace es porque al mismo tiempo, el tío que asoma el hocico por la ventanilla y dice: “Isabel” no tiene la voz de Catalín

Le cuesta reconocerlo bajo la triste luz de las farolas. Se acerca un paso; es Ricardo Fenero. “El que faltaba” Un cerdo que conoció el día de su boda y que hace visitas familiares de vez en cuando, porque fue compañero de John en la Academia Militar. Un machito de declarada moral postfranquista, que nunca le cayó bien y menos desde que empezó a permitirse licencias, para las que nunca tuvo permiso. Cada vez que le encuentra, le viene a la mente una cena de nochebuena, cuando, sin más, fue tras ella a la cocina  y le tocó el culo. Le devolvió un bofetón que se oyó desde el comedor y él se puso como loco, la agarró por las muñecas y la inmovilizó contra el frigorífico. “Mira” le susurró acercando la cara a un dedo de la suya. “No aguanto que una puta se haga la estrecha conmigo. Pero ya hablaremos, guapa” No ocurrió nada más y aunque no fue la última vez que le metió mano, jamás zanjaron el asunto.

Para tapar la culposa evidencia, solo se ocurre cruzar los brazos sobre el pecho, como si tuviera frío a pesar de los diez y nueve grados que acaba de ver anunciados en el termómetro de una farmacia. Es una tontería que solo sirve para llamar más la atención de él y lo sabe, pero insite:

Acabo de salir de guardia y pensaba ir a casa dando una vuelta, pero me he quedado helada. No se...

El, la observa y sonríe burlón: “Ya, ya. Venga. Sube que te llevo”

No, gracias. Me encanta pasar frío.

No digas tonterías. Sube

La segunda cosa que más le revienta de su acosador, es el tono de sana confianza y desmemoria insolente que sigue usando con ella, incluso a solas. La tercera es su asquerosa suficiencia, aunque esa forma parte de su carta de presentación.

Pita otra vez el dichoso Whatsapp

Buenas noches Ricardo- dice y sigue caminando

Ricardo la sigue con el coche, luego para junto al bordillo y se apea. 

Espera.

Ella acelera el paso

Pero Isabel… Chica... 

Déjame en paz- grita 

Otro Whastapp y en cinco segundos, otro más. Y otro.

Isabel...

La insistencia del teléfono está empezando a asustarla. A asustarla de verdad y su primera idea es pedir auxilio a Mario para que la acompañe o al menos que le de cama esta noche. Pero la desecha en el acto porque intuye que a esa hora ya andará encamado con la zorra de Elena. Además sería demasiado doloroso tener que inventar para John una odisea piadosa que justifique su primera noche entera fuera de casa. No diría nada, tampoco esta vez diría nada, pero lo entendería como el primer episodio del barruntado cambio de cama. “Joder” ¿Pero y si no es él rumano? ¿Por que va a tener él su número de teléfono? ¿Entonces quien es a estas horas? ¿Y si Mamen se lo ha dado? ¿Y si además del teléfono le ha dado la dirección? Maite y ella están abducidas por los putos rumanos ¿Y si lo encuentra en el portal cuando llegue? “Ostia, Isa. Vale ya” ¿Y si fuera John, por qué ha pasado algo con los críos? Se para en seco y presurosa, empieza a rebuscar dentro de la mochila. “No. John no hubiera mandado un Whatsapp” Número desconocido. “Mierda. Es él” No piensa abrir el mensaje para que sepa que lo ha leído, pero en la última entradilla pone: “donde estas, te…” Vuelve a ver sus ojos helados y su expresión despiadada. Le parece ahora más malvada que solo despiadada. Guarda el teléfono y vuelve a colgar la mochila del hombro, mientras por el rabillo del ojo ve la silueta Ricardo que ya está cerca. Nadie más a la vista. “Descálzate y corre. Corre” Pero no lo intenta. Sería una tontería escapar a la carrera de un tipo que se pasa la vida en el gimnasio. En lugar de eso, da la vuelta y empieza a caminar hacia su perseguidor. Le queda el recurso de la patada en los huevos. No sería la primera vez y seguro que él, tampoco la ha olvidado.

Perdona, Ricardo. Tienes razón. Es que... Si pudieras acercarme…

Pues claro, mujer. Ven

Caminando a su lado, está a punto de llorar de rabia. No se ha acordado de cubrirse con los brazos. Da igual. Era una ridiculez.

Entran en el coche y arranca el motor, aunque no empiezan a rodar. Ricardo la observa con una curiosidad que es casi humorística. 

¿Te ha pasado algo?

No hay margen para dudarlo, pero a pesar de todo, Isa no juzga sensato improvisar una historia de violadores y guarda silencio. Aunque no lo mira, lo ve por el reojo. Está vuelto hacia ella, con el codo sobre el volante y tiene claro que su pensamiento rula por los mismos vericuetos de los de un halcón mirando a una paloma que se ha estrellado.

No. Que va… Ya te lo he dicho

Ya. Ya te he oído, ¿pero has tenido algún problema con alguien?

Que no. Tranquilo

Vale... Pero es que tienes la bragueta abierta y no llevas bragas.

Baja la vista y ve estupefacta la impactante estampa

“Mierda. Joder” Intenta una sonrisa. Se abotona a toda prisa. 

En el reloj del salpicadero son las cuatro y treinta y cinco. Se le antoja que en el futuro figurará en su memoria como la hora hache de una noche ene, de negra. Negra de verdad

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