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jueves, 10 de mayo de 2018

Hoy me he encontrado con Loreto, la Bolsos

Vaya sorpresa. No nos veíamos desde hace… ¿Doce años años? ¿Trece? No lo se. Tal vez desde el año que empezó la universidad.
Quien iba a pensar entonces que algún día nos daríamos besos y efusivos abrazos, en mitad de la calle, con el énfasis de los viejos amigos que se encuentran. ¿No lo fuimos? Bueno; exceptuando puntuales… No. No lo fuimos. Nunca nos caímos bien y si nos soportamos fue exclusivamente porque teníamos lazos comunes: sobre todo Petro. Ella estaba loquita por él, y él, aunque ya apuntaba para la otra acera, siempre fue agradecido con quien reconocía su sex-appeal.
Ya no luce su reputada melena, ni queda rastro de su figura espigada, y aunque también se ha vuelto pelirroja, se ha puesto gafas y viste con toda naturalidad esa ropa de burguesa que tanto detestaba, la he reconocido al primer golpe de vista. Ella a mi también; en realidad ha sido ella quien me ha visto saliendo de un estanco y ha empezado a llamarme a gritos.
Cogida a mi brazo, apoyando la cabeza en mi hombro, hemos caminado hasta el bar de Tony, que caía algo lejos para lo embarazosa que se me hacía la situación. Desde luego me ha impresionado su desparpajo y no menos el derroche de afecto ¿Tanto desengaña la vida que uno llega al extremo de negarse a sí mismo en aras de revivir un pasado más feliz? No he alcanzado una respuesta concluyente, porque ya tomábamos asiento en una de las mesas que fueron nuestras preferidas. Con una sonrisa encantada, sin dejar de estudiarme con esa curiosidad tan de la Bolsos, ha terminado de contar que no acabó filología, sino que se pasó a derecho, que trabaja en la central de tarjetas del BBVA en Chicago.
¿Eso explica el acento que yo había entendido como mero postureo? Puede que después de todo sea natural. Se casó, tuvo dos hijas; Jeanet y Ali, la menor es la mas guapa pero menos parecida a su madre de lo he declarado. Se enorgullece de que la gente se de cuenta. Se divorció y vuelve a tener pareja estable. Su novio es dueño de una pequeña inmobiliaria y ejemplo del paleto norteamericano; grandote, rubio y sin cejas. Esto no lo he dicho, ni tampoco que con esa cara de tonto, lo encontraba muy apropiado para una bruja como ella. Vive en la mejor zona de la ciudad, con jardín y garaje para sus tres coches, y lleva una vida cómoda, más volcada en el trabajo que en la familia; lo que ha llamado su particular espinita. No me he creído que haya cambiado tanto como para que eso sea cierto. Para ilustrarse ha vuelto a rebuscar en el archivo fotográfico de su gran cartera, que ante todo es expositor de tarjetas de crédito. Su casa parece la de los Simpson, pero he mentido al pronunciarme, poniendo cuidado de tampoco hacer mención al tipo gordo y de mirada bofa que posa junto a un coche azul y dos niñas rubias. Es Tom, ha dicho, sin dar detalles. Es decir; es su ex, con el que no debe conservar buena relación. Entiendo a Tom.
Luego, sin preámbulos, la ha emprendido con el clásico discurso del hijo pródigo; en su caso, agravado por habitar en la misma sede del Imperio. Por tres veces he metido baza con la esperanza de detener tan tediosa enumeración de diferencias pero cuando lo he logrado ya me había tragado lo peor. Creo que se ha dado cuenta de lo pesada que se estaba poniendo y que por eso ha cedido a dejarse seducir por los recuerdos que yo proponía.
Es el momento en que ha puesto su mano sobre la mía. Se acuerda de todo y de todos. Claro que se acuerda ¿Por qué razón los viajes transatlánticos habían de perjudicar su memoria? Bueno; ni ella ni yo nos acordábamos de la noche en la que muy borrachos los dos, nos enrollamos ¿Quizá porque una sola noche no es bastante para dejar huella en una vida? Quizá. ¿O tiene más que ver con la calidad del encuentro? Como sea, me he desentendido del asunto aprovechando que en ese momento se ha quitado la chaqueta de Vuitton y he podido reparar en lo voluptuoso de un pecho que solo había intuido. Antes no tenía tetas, eso sí lo recuerdo. Aunque tampoco tenía culo, cartucheras ni papada. No he sacado conclusiones, porque se me ha adelantado inspirando hondo. Me operé, ha dicho fingiendo un rubor más que estudiado, colocando sonrisa coqueta y manita fuertemente anillada sobre el canalillo. No estoy seguro si la latitud de Chicago puede justificar su bronceado en esta época. Pero que morena estás, he espetado en tono galante. Siempre que el trabajo lo permite, volamos a Miami, donde nos tienen reservado un bungalow cerca de una zona para las niñas. ¡Ah!
Se ha empeñado en invitarme. Había quedado con su hermano y no podía retrasarse más, pero ha prometido telefonearme cualquier día de estos. Ya en la calle, ha llorado de emoción. ¡Joder!
Plantado, viéndola alejarse, he pensado que tal vez yo también me he alegrado de encontrarla. 
Se ha vuelto y ha agitado la mano.

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