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domingo, 16 de junio de 2013

Mariela y el mal de amor XV

Ayer, poco después del alba, se presentó aquí el doctor Asthon, con su cohorte de enfermeras y carros de guerra. Desalojaron sin contemplación a las brujas de la limpieza y después de examinarme minuciosamente la herida, me torturó hasta el alarido con brutales palpados, flexiones y extensiones de rodilla. Mi impresión fue que seguía doliendo tanto o más que la infausta noche que ingresé por urgencias y por supuesto infinitamente más que en los quince minutos anteriores. Así se lo hice saber, aunque no me hiciera ningún caso: “el dolor no es significativo” se limitó a gruñir al fin, fastidiado por mi pesadez “Por lo demás; ha evolucionado bien y cuando desaparezca la inflamación, la movilidad será completa” Dicho esto, me dedicó una sonrisa aséptica y una palmada en el brazo que no se si buscaba mi tranquilidad o mi comprensión por el monstruoso aspecto de la pierna. Luego se dirigió en voz baja a su equipo, escribió en un bloc y desapareció seguido, en fila india, por todos los demás. Me habían librado del drenaje y el nuevo apósito era tan ridículamente ligero, que de no ser por lo espantoso del color de la piel que lo rodeaba, yo mismo hubiera creído que me habían internado por un raspón.


Desde entonces vengo sufriendo episodios agudos de dolor; dolor pulsante que parece horadar el hueso antes de subir a la cadera. Para madame Lissard, una de las enfermeras que más manda por aquí, eso es imposible, puramente psicológico y madame Volenme, una que a pesar de sus muchos años en el cuerpo, manda un poquito menos, lo corrobora todo, tachándome además de gallina e hipocondríaco obsesivo. No obstante, y aunque tal vez solo sea por no escucharme, ahora incluyen un nuevo compuesto en esta mierda amarilla que absorbo por el brazo. No se me escapa que tal vez sea sólo un placebo, pero gracias a el, puedo al menos echar alguna cabezada, descansar o sacar ánimo para seguir rescatando de la memoria los trágicos hechos que me propongo narrar. Mientras tanto, todos, personal y visitas, han empezado a reprochar mi actitud. Dicen que debería alegrarme y que si el hecho de retirarme la cura, hablar de alta médica y planear lo que será mi rehabilitación, no es suficiente para levantarme el ánimo tras cinco semanas de internamiento, es que mi problema es más psicológico que postoperatorio. Así, en privado, no lo negaré. Se que arrastro un problema psicológico desde hace años y mi conocimiento de la medicina alcanza para comprender que no es superable a base de cócteles de anti-inflamatorios, antibióticos y calmantes, pero la verdad, la auténtica razón, según sospecho, es otra muy distinta: ni más ni menos que la acción incontrolada de mí subconsciente. Temo que una de estas noches, mientras dormía, dio el golpe de mano, que en secreto y con mano de hierro, se hace cargo del estado de emergencia que me embarga. De forma cabal ya hace tiempo que me plantee un problema que en su momento me inquietó, aunque acepto que después, llevado por mi proverbial ineptitud, lo mantuve apartado, como si fuera un asunto nimio o convencido de que llegada la hora sabría de manera instintiva como enfrentar el hecho de salir del hospital, el status de inválido, el hándicap de seguir viviendo completamente solo en un tercero sin ascensor…, como hacer para ir de un lugar a otro, como para andar subiendo y bajando de casa, del metro y del urbano… Soportar durante meses el diario martirio de un fisioterapeuta, mientras tengo demasiado presente que una vez di por hecho que Julia no faltaría de mi lado…

Si fuera sincero, reconocería ser más cobarde que actor, pero me niego; la verdad jamás apoyó ninguna de mis causas. Así que, en justicia, nadie debería esperar ahora que reconozca mi propósito de parasitar el Sistema Sanitario. Y no es sarcasmo; lo que más me espanta es el despotismo de mi mente sublevada, encarando la tarea de sobrevivir a costa de la de ser digno. No volveré a pensarlo mientras dejo correr el tiempo. Escribiré como terapia desesperada. Últimamente, al menos, fluyen las palabras y se amontonan las viejas imágenes al tiempo que las invoco. Un lujo, codo a codo con este Nolotil del Estado.


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