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viernes, 26 de agosto de 2011

La bandera de la plaza y una maldición pendiente


Cuentan que hace muchos años llegó al pueblo  un caminante en mitad de una terrible tempestad. Era un hombre solo, alto, torvo, penosamente apoyado en una larga vara rematada en imágenes, dicen que paganas, y embozado bajo un sombrero de ala ancha, que con  voz honda y marcado acento extranjero, pidió  asilo para pasar la noche. Tantos como lo encontraron, dieron al instante media vuelta y huyeron de él como del maligno. Tal vez le tomaron por un infiel, tal vez por uno de esos malvados espíritus que como es bien sabido moran los ibones de puerto y se llevan a los hombres, o tal vez sólo temieron que se tratara de un peligroso hechicero. El caso es que olvidando la tradición de dar cobijo al peregrino, le cerraron tantas puertas como tentó, y cayendo ya la noche, se vio forzado a dejar el poblado alejándose hacia el sur por el curso del rio. Se marchó, quizá con la esperanza de encontrar alguna caridad más adelante, quizá con la leve esperanza de hallar algo de albergue en lo más profundo del bosque, y al cruzar sobre el puente de Los Peregrinos se detuvo en lo más alto y miró sobre sus pasos. Desde allí aun podía ver  la aldea que dejaba atrás envuelta en la ventisca y desde allí lanzó una maldición contra sus moradores y sus hijos: arderéis dos veces, gritó, y al fin desapareceréis  para siempre bajo las aguas de este riachuelo.

Nada se sabe de la suerte que pudo correr el peregrino. Lo que se sabe y todavía se tiene bien presente es que aquella maldición no era vana. La aldea fue arrasada por el fuego en mil seiscientos diecisiete y posteriormente en mil novecientos cuarenta y cuatro. Tan devastada quedó en esta última ocasión que el Régimen, en un gesto poco usual, decidió retener el salario de un día a todos los funcionarios del país para ayudar a la reconstrucción. Naturalmente, y como ya imaginarán por ser costumbre nacional, el dinero nunca llegó a su destino.


Un peregrino francés que lleva décadas haciendo el tramo de Somport, y con el que me encuentro esta mañana, se ríe y me  dice gravemente: “¡Bah! Esa maldición está medio cumplida o casi superada. Este rio nunca será capaz de anegar este pueblo. Solo cabe la remota posibilidad que se abra la roca que se eleva en vertical desde los mismos tejados hasta el cielo y el propio ibón, no hay que olvidar que es nacedero, nos vuele la cabeza, pero a estas alturas muchos ya han dejado de temer. Sólo han tomado ejemplo de aquel caminante y mirando a la bandera  que los traicionó, han jurado: Nunca más ondearás en nuestros corazones y dejaremos de numerar correlativamente los portales de nuestras casas” 


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