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jueves, 25 de junio de 2009

El hombre que había sentado en mitad del páramo


El hombre que había sentado en mitad del páramo, me observaba desde hacía un rato haciendo visera con las manos. Caminé hacia él.
-Me persiguen –le dije – ¿Hacia donde debo ir?
-No puedes huir más. Has llegado al Fin del Mundo –respondió
-Pero… Darán conmigo. Me pisan los talones.
-No debes preocuparte por eso. No llegarán hasta aquí
-Entonces… ¿Me puedo quedar?
-Puedes quedarte, si lo deseas. Esta tierra no tiene dueño
-¿Y tu?
-Yo no soy dueño de nada
-Entonces, me quedaré. No te molestaré
-Te lo agradezco, aunque podrías hacerlo. Eres mucho más fuerte que yo; nadie te lo impediría. Aquí no existe la ley y mucho menos la justicia
-Tampoco hay árboles, ni animales, ni hierba… ¿De que viviré?
Me miró largo rato -Tampoco hay horizonte –dijo al fin- ¿Te has fijado? Muchos vinieron, antes que tú, y algunos murieron buscando el horizonte. Absurdo. No puede haber mundo más allá del Fin del Mundo. Cualquiera puede comprenderlo
-¿Y los otros? ¿Qué fue de los que no murieron buscando el horizonte?
-Regresaron. Prefirieron entregarse a sus perseguidores, que seguir aquí, bajo este sol cegador…
-¿Y tu? ¿Por qué no te entregas, ni mueres como los demás?
-¿Yo? Todavía no se que debo hacer. Por el momento me alimento de libertad -se acomodó sobre la roca en la que descansaba -Creo que al final, también yo partiré en busca del horizonte.
-Pero, morirás. Tú lo has dicho.
-Quien sabe si es esa una muerte tan cierta

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