Translate this site

sábado, 1 de octubre de 2011

El Gran Pastor


Su oratoria era negra y cáustica, al parecer humorística para los muchos iniciados, ya que una vez y otra, conseguía que la ciudad entera riera con mimética risa boba y era también cruel en muchos momentos: de sus más fieles, todos y cada uno, solía decir sin ningún reparo y sin sufrir más consecuencia que otro incremento del  gozo colectivo –“vuestra vida vale menos que nada y sólo vuestro servicio incondicional a Dios, explica que no seáis aniquilados ahora mismo”- En sus interminables alocuciones en el templo, acostumbraba a no dejar títere con cabeza y desde su bien reconocida condición de “Elegido”, señalaba incansable, con el dedo acusador, a los nuevos nombres y apellidos del “Mal”que al poco era exterminado. Pero su punto fuerte, el momento culmen de sus vibrantes arengas, coincidía con aquel en que exigía que se viviera la “Palabra” sin detenerse a evaluar riesgos y  de anunciar que, por “Mandato”, un día de aquellos habrían de echarse inexcusablemente al monte. Eso sí, por si llegaba al punto de tener que cumplir su promesa, fue sabido por los pocos que aun soportaron saber la verdad,  que hacía tiempo había comprado en el extranjero impío “el carísimo derecho a llorar” Al fin y al cabo, nadie podría decir que una sola vez en su vida hubiera puesto en duda que “las lágrimas, cuando son sinceras, no fueran el pasaporte más legítimo a la bendita tierra del asilo y del perdón”. 

No hay comentarios: