Ángela Rodriguez "Hombre bajo la lluvia", 2007 Grafito y pastel sobre papel |
Vivía en un viejo chalé del aire modernista, con dos
perrazos asesinos, una sirvienta filipina y su nonagenaria
señora madre. Pero pasaba la mayor parte del día en su despacho de abogado, donde presumía,
sin ninguna clase de recato, de ser más maleable que el mismo plomo. Afirmación
que generó en el pueblo no pocas opiniones contrarias a su profesionalidad, capacidad y
decencia. No obstante, y quizás por una mera cuestión de casta y apellido, lo
cierto es que nunca le faltaron clientes.
La noche.... La noche era un asunto bien distinto: cenaba en casa y después
salía a tomar un par de copas. Es verdad que frecuentaba el Casino, como todos
los señores de posición, pero sobre todo frecuentaba los clubes nocturnos. En
especial aquellos tres o cuatro más cutres y sórdidos de todas la provincia, donde
había conseguido aunar en una sola corriente de opinión, todas las sentencias
que sobre él circulaban. Las fulanas, por unanimidad aplastante, aseguraban que
nadie, entre todos los puteros conocidos, la tenía más pequeña y tontorrona que Pichina
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