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viernes, 7 de enero de 2011

Mariela y el mal de amor


Hace tanto tiempo que ya casi no puedo recordar sus rasgos. Guardo, eso si, una imagen algo difusa de su pelo negro, de sus grandes ojos, de su amplia risa dentífrica y sobre todo de una silueta de cuarentona contundente.

De nuevo, me acomodo ante el teclado y leo y releo el único párrafo que hay escrito. Pienso que sería más fácil tratar de escribir un relato de ficción; en este momento seguiría hablando de las bondades humanas de la tal Mariela y de sus atributos de hembra aun lozana, para entrar en situación inventando una tranquila escena cotidiana que sirviera para explicar su papel en esta historia. Historia… ¿Pero qué historia debo contar? ¿Una historia de amor? Apago el cigarrillo hasta que no percibo ni el fulgor de un pedacito de brasa dentro del cenicero. Es seguro que no hubo historia de amor, pero ¿acaso hubo sólo una historia de sexo? Al, hilo, me viene a la memoria Telete, cuando muy natural y seguro de si, justificó a su amigo del alma delante de los desconsolados padres: -pero si no tenía nada con ella, a él no le importaba, si todo era un juego, una bobada- No importa el ataque histérico que sufrió la madre, ni los improperios que soltó el padre, ni importa su evidente falta de tacto en un momento como aquel, ni que nadie estuviera dispuesto a creerle; Telete era quien más sabía de las cosas de Raúl y aquella vez no mentía. Mariela no sedujo a Raúl, si no que fue su principal víctima. Él, se propuso demostrar al mundo quien era en realidad, y urdió para ello un plan maquiavélico que aprovechaba los vicios, las carencias y las debilidades de todos sin que nadie se supiera oponer, ni siquiera para evitar una tragedia inminente.

Zaipi, 1992
Me pongo otro cigarrillo entre los labios, pero me detengo justo antes de prenderlo; hace menos de dos minutos que he apagado el anterior. Un día de estos tengo que dejar de fumar me prometo mientras le doy vueltas al recuerdo mas antiguo que conservo de Raúl Mercader. Al poco, dejo un buen espacio con lo anterior y escribo: Nos conocimos en el parvulario, o casi, y nunca, durante todos los cursos de primaria, llegamos a simpatizar lo más mínimo. Es verdad que no me viene a la cabeza ningún enfrentamiento memorable, pero pasamos la infancia ignorándonos en el peor sentido de la palabra.



Continuará

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