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Zaipi, 1993 |
Desecho otra vez la idea de fumar cuando me fijo en que se ha desatado un tremendo aguacero. Las gotas golpean los cristales con un tamborileo metálico que anula el ruido de la ciudad. Los gruesos álamos se doblan como juncos y los peatones corren al abrigo de las marquesinas de las tiendas que jalonan la acera de enfrente. Pasan tres minutos de las siete y vuelvo a negarme a encender un cigarrillo. –Bien- me digo en tono de parabién y leo lo que acabo de escribir para subrayar inmediatamente varios renglones que no me convencen nada. Nada me convence nada. Sólo tengo una idea demasiado general y no se por donde empezar. En un breve acceso de frustración, arrojo sobre la mesa el encendedor que guardaba el la mano, me levanto y me planto junto a la ventana. La calle parece un nuevo brazo del río y los coches avanzan lentos como carros de combate, sin orden y levantando un oleaje que baña las aceras. En la esquina con Auguste Delaune un gendarme trata, a golpe de braceo y silbato, de poner algo de cordura en el caos, pero a los pocos segundos también el desiste y huye a la carrera. Empiezan a caer granizos y me acuerdo con pesar de los geranios de Julia, pero la carnicería floral apenas dura un momento. -¿Cómo se conocerían?- me pregunto sólo por preguntar y apenas con una remota esperanza de que mediante el manoseo de lo más superfluo, halle al fin algo de inspiración. La verdad es que nunca he conseguido hacerme una idea de lo que pudo ocurrir. Me río por que se me antoja de pronto muy ridículo mi afán por contar unos hechos que ignoro y que, además, tanto me vanaglorié de ignorar en el pasado. ¡En fin! Yo, como era costumbre, me enteré tarde de los hechos; supongo que aunque ya lo tenía oído, no pregunté… -Por supuesto que no pregunté ¿Preguntar yo por las andanzas de Raúl? Eso, jamás me lo permití- aseguro. Y es verdad. .
Aunque si fuera sincero tendría que admitir que aunque sin hacer preguntas, al final también me dejé atrapar morbosamente por la crónica de aquellos amoríos y, como casi todos mis amigos, acepté mudarme con cierto deleite desde el bar de Michel, que venía siendo mi segunda casa, hasta el de Mariela, en el cual no había entrado en la vida. Y es que, otra vez, como si de una droga dura se tratara, se manifestó el irresistible liderazgo de Raúl. En justicia, y en nuestro descargo, hay que decir que no todo el interés lo despertaban aquellas tórridas pasiones de nuestro idolatrado amigo, si no también, y hasta se cruzaban apuestas y chascarrillos, la previsible, inminente y violenta reacción de Pascualón: un hombretón de más de uno noventa por uno veinte, hosco y de expresión brutal, cuyos brazos, semejantes a pesados y nudosos maderos de roble, ya advertían a distancia sobre su ilimitada capacidad destructora. Pero Pascualón, para sorpresa de todos, demostró, no se si por falta de interés o de tiempo, una capacidad de aguante que además de desbordar toda previsión, disparó la tensión hasta el infinito.La calle está ya totalmente anegada y se percibe ahora una calma inquietante que nadie parece dispuesto a romper, salvo el cielo; más sombrío y encapotado que nunca. Entre tanto, todo Saint Denis, escurre como una esponja.
Continuará
2 comentarios:
Hola, Felipe, llegué a tu blog por un contacto en común, me pareció muy bueno. Voy a seguirte.
Aprovecho la oportunidad para invitarte al mío.
Un saludo desde BA.
Humberto.
www.humbertodib.blogspot.com
Me halaga que te haya parecido bueno mi blog Humberto. Acepto tu invitación y hora mismo me doy una vuelta por el tuyo.
Gracias por la visita y por supuesto por seguirme.
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