Zaipi, 1997 |
Miro el reloj y me acomodo delante del teclado mientras doy vueltas a la triste evidencia de mi propia desidia: -Matthieu no es ningún mentiroso- me recuerdo -y ahora resulta que no repuse mis botas rotas de lluvia ni me he hecho con impermeable decente, ni con un paraguas que sustituya al que perdí hace semanas- Estoy tentado de acercarme a la ventana, para corroborar el alcance real del Apocalipsis, pero me detengo por temor a perder el hilo entre los vaivenes de mi memoria. En lugar de eso, invento una eventual tendencia de mi amigo a la exageración y sin perder más tiempo, empiezo a teclear: “Un éxito de público. La noticia de la candidatura primero y, al poco, el reconocimiento formal de Mariela como zorra, fue, digo yo, la mejor operación de marketing que vivió el bar Las Cumbres en toda su historia.
En pocos días magnificó su cartera de clientes, y si bien es verdad que esta no tardó en ajustarse a niveles asumibles por el servicio, es obvio que la recién estrenada condición de la dueña, ayudó como un ensalmo, a revalorizar un negocio a todas luces en declive. Como es natural, tamaña estrella no fue acogida sin trauma en la casa; a punto estuvo de materializarse el sacrificio de la salud y la autoestima de Chema y Mariela, sin ir más lejos, se tornó de pronto en mujer circunspecta y taciturna en su deambular. Pero no fue si no un momento de transición. Al final, sólo volvió a quedar en evidencia la fuerza insondable de la rutina sobre la conciencia y los muy mejorados ingresos, impusieron su lógica desde la caja.”
Me detengo. Consulto otra vez el reloj para calcular, a la vista del camino de las saetas, lo que pueden dar de si los minutos que aun me quedan y vuelvo con avidez a la faena: “Como es bien sabido, la felicidad no es si no un estado transitorio del alma, por tanto se entiende que la nueva etapa no tardara en mostrar también su faz menos amable: Casi todos habían dado por hecho que los altos magistrados populares, en ejercicio natural de sus funciones, eran más que competentes para dotar a Mariela de la gracia del bien público y no vieron impropio pues, que otros, unos pocos “echaos pa lante”, consideraran su derecho el de testar el género antes o después de pujar públicamente por su arriendo. Zafios e insensatos, diría yo, aunque no tanto como intrínsecamente malvados. En cualquier caso, llevaron la peor parte los que consideraron inocua, muy propia y adecuada, la libertad de acariciar, siquiera metafóricamente, la controvertida testa de Pascualón.
Ese, y no otro, fue el desencadenante de la tan temida violencia. Las idas y venidas de ambulancia y policía, se hicieron de pronto frecuentes. Heridos, detenidos, destrozos y acusaciones cruzadas de abusos, insultos, brutalidad o ensañamiento, se acumulaban de una tarde para otra, pero todo constituía poco más que un aspecto secundario de lo realmente trascendente del momento; el gigante en persona, se había decidido a establecer por fin, unilateralmente y en unas pocas jornadas de sangre, las que serían las bases definitivas de una futura convivencia. Y claro, a quien más y a quien menos, nos dejó perplejos. Muy descolocados hasta que, poco a poco, pudimos ir comprendiendo que de lo que se le había estado privando todo este tiempo era de la posibilidad de pisar firme, con los dos pies, en terreno conocido, aquel en el que no sentía empacho ni tormento, del que se sentía nativo y señor.”
2 comentarios:
Muy buena combinación de relato y dibujo, pues los dibujos sostienen y refuerzan la historia.
Es una de las ventajas de quien también sabe dibujar...
Un abrazo.
Humberto.
A mi también me parece interesante la idea de ilustrar ciertos textos con algún dibujo alusivo.
De todas formas, y para mi desgracia, los que vengo colocando en "Mariela y el mal de amor", no se deben a mi genio creativo, si no, y casi en su totalidad, al de mi buen amigo Roberto Amargo, alias Zaipi, que ha puesto a mi entera disposición su casi infinita colección.
Por otro lado; una enorme fortuna la mía.
Gracias Humberto, un abrazo.
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