Me tumbé en la arena con lágrimas en los ojos. Estaba borracho, pero, pese a todo, recordé haber jurado que no pensaba regresar solo. Encendí otro cigarrillo bajo las estrellas. No había luna y la brisa olía a orina, a desagüe y también a mar. Dejé rodar la cabeza hacia un lado y vi el mostrador. El barman conversaba tranquilamente con un par de ancianos, quizá pescadores, que me observaban sin disimulo. Hice un esfuerzo por apurar el contenido del vaso y, a duras penas, me puse en pie.
-Adiós –dije antes de alejarme, pero no obtuve respuesta.
Primero caminé hacia el mar, luego hacia unas voces que jaleaban. Cruce bajo un arco de piedra. El suelo estaba ahora adoquinado y no había luz. Entonces reconocí su risa y el corazón me dio un vuelco. Corrí hacia ella; sólo, quería abrazarla, besarla y rogarle que volviera, pero tropecé y caí al suelo. Me herí la barbilla y las manos; sangraba. Avance de rodillas, vi un resplandor y seguí avanzando. Allí la encontré; junto al viejo muro en ruinas, en pie, desnuda y apenas iluminada por la luz de un fuego casi extinguido. Parecía en trance; se reía y danzaba, y giraba lenta sobre si misma mientras hacia molinos con los brazos. A su alrededor, sentados en el suelo, cuatro hombres, casi muchachos, aplaudían y coreaban muy excitados. Palmeaban sus nalgas, magreaban su sexo y sus senos; a veces con tanto ímpetu que a punto estaban de derribarla y entonces todavía se excitaban más y aun crecían la ovación y las palmas. Pero ella, parecía ajena a este mundo. Solo se reía y giraba y giraba dentro del círculo, mientras una fina banda de color azul se abría paso en el horizonte.
1 comentario:
Felipe, esto que cuentas... ¡Vamos! que si... ¿Es autobiográfico?
:)
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