Al llegar de Roma por unos días el gran Ramón María del Valle-Inclán, que ocupa en la Ciudad Eterna el cargo de director de la Academia Española de Bellas Artes, hemos querido conocer sus impresiones de Italia. No nos ha sorprendido su posición actual: siempre ha sido un entusiasta de la historia latina y sus impresiones actuales son la reacción a su recio temperamento. Empezamos preguntando a Don Ramón:
—¿Qué impresión trae de Italia?
—Magnífica. La obra de Mussolini tiende principalmente a inculcar un ideal en su pueblo, un concepto de sacrificio. En esta hora tan llena de egoísmos, en Roma no existen, y por eso el pueblo italiano es el más dispuesto a sacrificarse por un ideal histórico, que es el único que pueden tener los pueblos.
—¿Y él pueblo italiano acepta de buen grado esos sacrificios?
—Desde luego. La primera impresión que se recibe en Italia es la de un pueblo satisfecho. Esto no quiere decir que no haya descontentos, pero no se advierten. Se ve, desde luego, a un pueblo en el cual la obra máxima que se aprecia es la de renovación de la fe en su destino histórico. El italiano de hoy es el más parecido al italiano del Imperio. Su mayor ambición es volver a ser en Europa lo que fue el Imperio romano. Tienen fe en su destino.
—¿No podía ser esto solo apariencia, una consecuencia de tener al pueblo con cuarenta grados de fiebre, como dijo Mussolini?
—No. Italia vive horas de sacrificio y de exaltación, y por eso tiene el pueblo italiano gran fervor religioso en el aspecto histórico, naturalmente. Mussolini ha resucitado la tradición de las fiestas y conmemoraciones. Roma es una sede de conmemoraciones. Toda la política italiana es hoy un jubileo. Constantemente se celebran en la capital aniversarios de su historia para resucitar todo su gran pasado histórico.
—¿Tienen más importancia estas fiestas que las que celebra el Vaticano?
—¿Quién lo duda? Es un lugar común hablar de la magnificencia de las procesiones del Vaticano. No hay nada tan anacrónico y falso, tan sin sentido estético como las procesiones del Vaticano. Una procesión en el Vaticano es una serie de frailes alemanes zancudos y feos, detrás una fila de sacerdotes de no sé qué secta, a continuación unas congregaciones de franceses con trajes azules del peor gusto y peregrinos de todas partes del mundo con trajes burgueses y arrugados por el viaje. En cambio, los desfiles de Mussolini, los gritos del pueblo entusiasmado, las bélicas banderas, los cañones... eso sí que tiene una belleza impresionante.
—Según usted, por lo tanto, el pueblo italiano se siente satisfecho.
—Indudablemente, sí. Esto depende de que las dictaduras en Italia han sido siempre personales, de un hombre solo, no de una colectividad, y esas estas dictaduras pueden ser beneficiosas. En cambio, las dictaduras de una clase sobre las demás ya no lo son, porque nada consiguen los egoísmos de la clase dictatorial, como es el caso de España. Los españoles han sufrido por parte de los cuatro brazos tradicionales: el brazo noble, el brazo militar, el brazo eclesiástico y el brazo popular.
—¿Quiere usted explicarme esa teoría?
—No, no es teoría, es una realidad. Primero sufrió España la dictadura de la nobleza, con todos esos privilegios de los nobles. Y no los sufría solo el pueblo, también los monarcas, hasta que los Reyes Católicos apartaron a los nobles y a los dictadores los convirtieran en cortesanos.
—¿Y después?
—Inmediatamente viene la dictadura de otro brazo social: el de la Iglesia con la Inquisición. Es la dictadura de la Iglesia sobre los demás brazos sociales. Es decir, la dictadura de una colectividad sobre las demás. Y la teocracia funda la unidad nacional en la unidad católica.
—Y a la Iglesia le sucede el Ejército.
—Exacto. En el siglo XIX España sufre la dictadura militar. La Unión Liberal la representa O'Donell; los moderados, Narváez; Espartero, a los progresistas; la Revolución de septiembre es Prim; la Restauración, Martínez Campos, y la última dictadura se ha llamado general Primo de Rivera. Además, España sufre el egoísmo del Ejército, que violenta y esquilma a las otras tres clases.
—Y ahora, según esta relación, sufrimos la dictadura socialista.
—Evidentemente. Siguiendo esta relación, España sufre ahora la dictadura socialista y los egoísmos de esta clase esclavizan a las otras [Valle-Inclán hace una pausa larga]. El caso es que aquí no hay socialismo, es el egoísmo de una clase que está en fuga el que esclaviza a las otras tres.
—Ha dicho usted que el cuarto brazo es una clase en fuga.
—Claro que es una clase en fuga, porque carece del sentido y el afán de la permanencia. Un noble no aspira a dejar de serlo, un capellán aspira a obispo. Este a cardenal y, después, a Papa. El soldado sueña en llegar a general y el obrero aspira a ser patrono. Es decir, que mientras los otros tres brazos no quieren dejar su cJase, la popular sí. Por eso es una clase llena de resentimientos y tiene una categoría menor.
—¿Pero qué solución ve usted, entonces? Porque pensar en el gobierno de alguno de los otros tres brazos es un sueño—un mal sueño—que no tendrá realidad.
—La dictadura de un individuo puede ser necesaria, pero no de una clase. Es triste llegar a esta conclusión, pero es la realidad, desgraciadamente.
—Pero, ¿esa es una solución?
—El final de todo será fundir todas las clases en un. Eso es el comunismo. Pero para ello habría que suprimir la herencia y habría también que nacionalizar los bancos, la tierra, la industria y las minas. Lo tremendo es no haber seguido este camino haciendo desaparecer la clase proletaria por la supresión de todas las demás, igualando a todas. Para ello hay que poner a trabajar a todos, y esto no se consigue diciendo en la Constitución que España es una república de trabajadores de todas las clases, sino suprimiendo varias cosas. En primer lugar, la herencia, porque yo no he visto trabajar a ningún rico heredero. Trabaja el que lo necesita. Por eso Jehová dijo a Adán: «Ganarás el pan con el sudor de tu frente» hasta que le privó del magnífico latifundio del Paraíso.
—¿Se puede hacer en España lo que en Italia?
—Creo que no. Falta una tradición.
—¿Cuál es la diferencia más sustantiva que ve entre el Gobierno de Mussolini y el español?
—La falta de concepto en España. Mussolini, como Aníbal, César y Napoleón, tiene siempre un concepto y un fin categórico y determinado. Por eso me pone cerca de Mussolini una triste experiencia histórica. Pero aun prefiero la dictadura de una clase a una casa tan huera y ramplona como el régimen parlamentario.
—Pero, según usted, ¿la dictadura que sufre España es socialista o es de clase?
—Es la dictadura de la UGT (Unión General de Trabajadores) contra los sindicalistas y los comunistas dentro de una clase y contra las otras tres clases restantes.
—¿Defiende entonces la dictadura de un hombre?
—Si fuera posible en España, sí, porque cuando la dictadura es de un hombre no hay egoísmo de clase. Sea Napoleón, Mussolini o el gran monarca. estos atienden sin privilegios los intereses de uno y otro sector, y pueden hacer una gran obra, que es lo que está haciendo Mussolini. En el fondo, Mussolini es un socialista, pero un socialista que practica un socialismo para el beneficio de un país y no para una clase. Cosa muy distinta de lo que se está haciendo aquí. Aquí se hunde al país para favorecer a una clase, mientras que allí todos sufren igual para favorecer y afianzar al país. Aquí se trata de crear privilegios al obrero. Las políticas que se están haciendo en Italia y España son muy distintas.
—¿Qué diferencia encuentras entre la obra de Mussolini y la de Hitler?
—Acaso como un sueño, como una idea platónica, ha despertado en las almas poéticas de todos los italianos, ese pueblo lleno de gestos heroicos, el sentido de universalidad. Pero para sentirlo ha tenido que hacer lo contrario que el alemán. Mientras que el alemán purga a su pueblo de todos los elementos que no son puramente germánicos, Mussolini entiende, como Caracalla, que toda la totalidad de la Europa culta son ciudadanos italianos.
—¿Cómo explica este sentido de universalidad?
—Este sentido de universalidad queda explicado diciendo que Mussolini ha colocado en la Vía Imperio cuatro estatuas: Julio César, Octavio, Trajano y Nerva, dos emperadores romanos y dos del Imperio, pero que no han nacido bajo el suelo de Roma [tras un otra larga pausa]. En toda la política de Mussolini el sentido de universalidad. Si pudiera llegar a haber unos Estados europeos o cuando menos unos Estados Unidos de Europa, no podría haber otra capital que Roma. Por su historia, por la situación geográfica y porque tiene un hombre que la comprende y un pueblo lleno de entusiasmo que está creando esta situación de universalidad. El que llega como yo a Roma para ver la ciudad con ojos desinteresados siente una enorme impresión. En el camino de Nápoles a Roma está Ostia Antica. Aníbal en Capua traza una larga línea terrestre y parece que los destinos de Europa van a estar en África. Pero el romano entretiene al cartaginés. Y mientras Aníbal se queda en Capua, Escipión parte con sus trirremes y conquista Cartago. Surge el gran concepto militar de la lucha de las dos dos líneas: la marítima y la terrestre. Triunfa la marítima. Y el triunfo de la nave es el triunfo de Italia. Por eso el Italiano puede encontrar un destino al hombre: navegar es necesario, no es necesario vivir. Esto lo ha glosado ya D'Annunzio. Mientras que el cristianismo ha creído y soñado que la misión del hombre no es otra que prepararse para la eternidad, el italiano no tenía ese concepto. Para él lo único era navegar. Había nacido para descubrir tierras, para ver nuevos soles. Esta tradición de universalidad es la que afirma Balbo con su vuelo. Y a esa tradición se debe que Mussolini haya ordenado que se efectúen excavaciones en Ostia Antica, no por el valor arqueológico que puedan tener, sino porque de allí salió la gran idea romana para dominar el concepto militar romano. Las excavaciones de Ostia Antica tienen ese significado.
Fuente.https://www.abc.es/historia/abci-duras-criticas-valle-inclan-dictadura-socialista-segunda-republica-201811150257_noticia.html
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