Un estudio estadístico publicado en marzo de este año dio las cifras
oficiales. La tasa de nupcialidad (matrimonios por cada 1.000 habitantes) era
en 1976 de 14,36. En 2011 fue de 7,01, menos de la mitad. También tardamos más
en casarnos. En 1976 lo hacíamos por término medio a los 24 años (las mujeres)
y a los 27 (los hombres). En 2011, a los 33 y los 36. En 2011 solo se
celebraron 163.338 bodas en España. Menos que nunca.
Los datos son interesantes pero más interesante aún es quien los
publica: el Instituto de la Mujer. Los hombres no tenemos la suerte de
disfrutar de un Instituto para nosotros solos, pero si existiera es poco
probable que se interesara por la decadencia del matrimonio.
El matrimonio no es más que el equivalente de una lengua muerta que
vegeta en estado de coma solo gracias a la intervención agresiva del estado.
De hecho, las instituciones sociales no son muy diferentes de una
lengua. Es decir de una herramienta. Se utilizan mientras nos son útiles y las
abandonamos cuando dejan de serlo. El matrimonio no es más que el equivalente
de una lengua muerta. Y como muchas lenguas muertas, vegeta en estado de coma
solo gracias a la intervención agresiva del estado. El problema es que esa
intervención agresiva del estado destinada a salvar la institución del
matrimonio solo beneficia al 50% de la pareja. Precisamente aquel del que se
ocupa el Instituto de la Mujer.
Recoger lo sembrado
Los que han renunciado al matrimonio son los hombres, no las mujeres.
Sirva de ejemplo anecdótico el comentario de un tal Serenissimo a la noticia en
el diario El Mundo: "Y más que se van a reducir. A las mujeres las van a
tener que inseminar vía Yamovil. Como para casarse y que a los pocos años te
monte un numerito la parienta y te acuse de acoso psicológico porque le
preguntaste tres veces que dónde había dejado las llaves del coche. Anda y que
vayan recogiendo lo que han sembrado".
Y dirán ustedes "menuda simplificación". Sí, es una
simplificación. Pero lean más allá. Las tres intuiciones de Serenissimo son
correctas. La primera: el descenso en el número de matrimonios no es coyuntural
y tiene pocas probabilidades de detenerse a corto y medio plazo. La segunda: la
legislación sobreprotege a la mujer y, en algunos casos, condena al hombre a la
indefensión negándole el derecho a la presunción de inocencia. La tercera: la
presión política del feminismo y sus brazos armados de los partidos políticos
ha logrado el efecto contrario al deseado. Su objetivo era conquistar una
posición de fuerza para la mujer dentro del matrimonio. Pero lo que ha acabado consiguiendo
es ahuyentar al comprador.
Una mujer vestida de novia / Getty
Lo que, por cierto, era previsible que ocurriera. La estrategia del
feminismo solo habría podido funcionar en sociedades en las que el matrimonio
fuera obligatorio para los hombres.
Y sí: las razones de la muerte del matrimonio son más complejas que
eso. Pero los seres humanos no vamos por ahí con la Enciclopedia Británica, un
manual de razonamiento lógico y las obras completas de los mejores filósofos de
la historia a cuestas a la hora de tomar decisiones vitales. Las razones para
casarnos o dejar de hacerlo son tan prosaicas y mundanas como la presión de
amigos y familiares, la que ejerce tu propia pareja, la percepción social
mayoritaria del matrimonio en nuestro entorno inmediato, su regulación legal,
la previsión más o menos racional del comportamiento futuro de nuestra pareja
en el mejor y en el peor de los casos, los niveles de oxitocina en nuestro
cuerpo… Las razones de la decadencia del matrimonio serán todo lo complejas que
queramos a nivel académico. Pero a nivel de usuario el motivo de su fracaso no
puede ser más claro. El matrimonio ya no es una herramienta útil para el 50% de
la pareja.
Pero sí lo es para el otro 50%. ¿Quieren la prueba?
Llego a través del blog Barcepundit a un artículo de la psicóloga
estadounidense Helen Smith publicado en la sección de libros del Huffington
Post estadounidense. Smith es la autora de un libro titulado Men On Strike: Why
Men Are Boycotting Marriage, Fatherhood, and the American Dream – And Why It
Matters (Hombres en huelga: por qué los hombres están boicoteando el
matrimonio, la paternidad y el sueño americano – y por qué eso es importante).
El matrimonio, hoy en día, beneficia extraordinariamente a las mujeres
y perjudica aún más extraordinariamente a los hombres.
Hellen Smith |
El artículo del Huffington Post es un resumen de los puntos
principales del libro. Y empieza con un dato de esos que lo explican casi todo:
según un estudio del Pew Research Center, el número de mujeres de entre 18 y 34
años que afirman que el matrimonio es una de las cosas más importantes de su
vida ha subido desde el 28% de 1997 hasta el 37% de hoy en día. En el mismo
periodo, el número de hombres que dice lo mismo ha descendido desde el 35% al
29%.
Leerán ustedes muchas explicaciones para esos datos. Solo hay una: el
matrimonio, hoy en día, beneficia extraordinariamente a las mujeres y perjudica
aún más extraordinariamente a los hombres. No hay otra razón para ese sorpasso.
No hay conspiraciones machistas, no hay inmadurez masculina, no hay miedo a la
responsabilidad, no hay pánico a la liberación de la mujer. No hay nada.
Lisa y llanamente, los incentivos dentro del matrimonio para los
hombres han desaparecido por completo. Y eso es exactamente lo que dice Helen
Smith en su artículo: "Los hombres no son inmaduros o perezosos. Están
respondiendo racionalmente a los incentivos de la sociedad actual". Smith
lista en el artículo esos incentivos negativos, que podrían resumirse así:
1. Perdida de respeto por la figura paterna.
2. Adiós al sexo.
3. Adiós a los amigos.
4. Adiós al espacio personal, físico y psicológico.
5. Alto riesgo de perder tu dinero… y a tus hijos.
6. Probabilidad de ganar en los tribunales cercana a cero.
7. Adiós a la libertad.
8. Ser soltero nunca ha sido más fácil que hoy en día.
Uno solo de esos incentivos sería suficiente para plantearse la
renuncia al matrimonio. Tres son un antídoto contra la lujuria. Ocho son el
equivalente de una patada con carrerilla en las gónadas.
Pero lo realmente curioso es que al menos cuatro de esos incentivos
negativos no son exclusivos del matrimonio sino que funcionan en cualquier tipo
de relación sentimental con el sexo opuesto. Quizá hace años habría sido
posible encontrar el término medio entre el macho alfa al más puro estilo Tony
Soprano y los castrados emocionales de hoy en día. Un término medio que
convirtiera el matrimonio en un contrato con beneficios y renuncias
equivalentes para el hombre y la mujer. Hoy ya es demasiado tarde.
¿Mi apuesta? Lo que está en trance de marginalización no es ya la
institución del matrimonio o la paternidad, sino cualquier tipo de relación
sentimental con el otro sexo que vaya un paso más allá de la amistad. Si me
dejara llevar por el amarillismo diría que a los hombres no parece gustarnos
ese tipo de mujer moderna que no es más que un hombre encerrado en el cuerpo de
una escoba y que a las mujeres tampoco parece gustarles demasiado ese tipo de
hombre contemporáneo que han moldeado a imagen y semejanza suya. También diría
que tanto la una como el otro son creaciones 100% femeninas y que por lo tanto
son ellas las que deberían pagar el pato del fracaso de su experimento de
ingeniería social.
Pero no me voy a dejar llevar por el amarillismo. Solo diré que es
evidente que nos hemos aburrido los unos de los otros. El sexo va a acabar
siendo cosa de pobres y de adolescentes. ¿Quién con más de dos pares de zapatos
bajo la cama va a querer meterse en esos berenjenales?
Al tiempo.
1 comentario:
snif
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