El “odio de clase” sí será televisado. Virtualmente no hay discurso en los mass media oligarcas, ni explícito ni implícito, que no contenga, para lo inmediato como para lo mediato, alguna forma, añeja o reloaded, del odio burgués contra el proletariado. Se trata de una especie de obsesión patológica que, consciente o inconscientemente, se inocula como moraleja descalificadora, persecutoria, represora o francamente criminal. Se trata de un odio maleable y rentable que lo mismo sirve para satanizar que para invisibilizar al proletariado y a sus luchas emancipadoras. Algunos han hecho de esto un “arte”, incluso publicitario.
Cada vez que se denuncian las ofensivas mediáticas de la derecha, se logra caracterizar el comportamiento de un grupo, generalmente desestabilizador y golpista, al tiempo que se evidencian las mil y una debilidades con que los pueblos asisten a una batalla asimétrica y descomunal pero al mismo tiempo indispensable. Con las advertencias no alcanza. La guerra mediática es un escenario más de la lucha de clases que, también, reproduce todos los problemas generales en la guerra histórica por la emancipación de los pueblos. Es un escenario que evidencia agudamente las necesidades de programa revolucionario, de formación de cuadros, de liberación de los caudales y frentes expresivos y de transformación revolucionaria de los lenguajes. Pero es principalmente un escenario más de la guerra ideológica en la que se traba una lucha a muerte contra el modo burgués para la producción de símbolos.
Se trata de la guerra contra la ideología de la clase dominante y todas las maneras que esa clase ha ideado para someternos. Se trata de una guerra compleja y exigente que nos reclama un gran olfato para descubrir los escondites y las artimañas que, no pocas veces, ocurren también en nuestras propias cabezas y emociones. Se trata de una guerra en la que los combatientes están también contaminados por las armas del enemigo y en la que no pocas veces, conscientemente o no, los victimados se comportan como sus victimarios. Guerra terrible en la que, no pocas veces, el sometido opera al servicio del esclavista y se enorgullece por ello. Guerra cruenta en la que el oprimido porta los distintivos de clase de su opresor y siente semejante aberración como una conquista suya. Guerra, en fin, enlodada con miles de patologías burguesas que operan como armas tóxicas para desorientar, deprimir y debilitar a los pueblos. Guerra monstruosa, si se la mira bien, y que se exhibe en los mass media… “mañana tarde y noche”.
No nos alcanza con algunas leyes medianamente avanzadas, no nos alcanza con denuncias tolerablemente lúcidas, no nos alcanza la “buena voluntad”… no nos alcanzan las filantropías. La guerra contra la ideología de la clase dominante necesita un programa con principios y fines, muy claros y amplios, que debe incluir todos los frentes impuestos por la burguesía desde el plano de lo semántico, desde las agendas hasta cada uno de sus noticieros, anuncios publicitarios, periódicos, telenovelas y películas. Eso incluye su ética y su estética, su moral, su sentido del humor y sus religiones. No podemos pecar de ingenuos ni de complacientes.
Esta guerra nos obliga, entre mil tareas, a un combate minucioso y programático. Nos obliga a atender lo urgente con orden y con puntualidad pero eso implica método dialéctico y capacidad de movilización suficiente como para ver el todo en las partes y advertir los peligros en lo minúsculo tanto como en lo mayúsculo. ¿Exageramos? Esta guerra nos exige capacidad de diagnóstico y capacidad de acción en simultáneo. Capacidad de decodificar y capacidad de comunicar de manera creativa, veloz y sincronizada. Nos exige comprensión de lo inmediato y de lo local en simultáneo con lo general y con lo mundial. Nos exige trabajo en lo particular, es decir lo interpersonal y al mismo tiempo trabajo en redes internacionalistas igualmente habilitadas para derrotar a la ideología de los amos.
El odio de clase que sirve a la burguesía como inspiración y como “caballito de batalla” ideológica, ha servido también para que algunos sectores del proletariado, sin saberlo, odien al proletariado mismo. He ahí un peligro enorme. No hay tiempo que perder.
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