Carlos, 1999
"Boira"
Cortazar también creía que no hay más viajero que el transoceánico. Que los demás no pasaban de ser pequeño-burgueses frustrados por la añoranza de un pasaporte con cuarenta sellos en quince idiomas. Eternamente enamorados de La reina África, muchos seguimos viajando para sentirnos lejos y lejanos, orgullosos y poseedores de dos máscaras africanas, un tarro con hojas de té mongol y una colección de gorras de la Marina soviética fondeada de Vladivostok durante el verano de 1981. Pero mi amigo Carlos me ha enseñado que la revelación también se encuentra a menos de quinientos kilómetros de casa y que el paisaje más aparentemente conocido y familiar, puede volverse cautivador si se sabe afinar la mirada. Me lo dijo muchas veces desde el otro lado de un gin-tonic y después me lo demostró con sus retratos morriñosos y modestos de anónimos valles del Pirineo mágico.
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