Ciudad, a 11 septiembre de 2009
No quiero contradecirte esta noche, Nicanor. Soy consciente de lo que eres, de lo que representas y de que hablas así para animar los tuyos en estos momentos que consideras tan difíciles. ¿Cómo no voy a respetar esa circunstancia si al final, lo que dices, no es más que lo que se espera que diga un creyente? Mi objeción únicamente se dirige a tu infantil forma de entender a los ateos y al ateismo.
Los ateos, que al final no seremos muchos más que un puñado, menor aun que el vuestro, el de los ultra-católicos, pensamos que no existe un ser superior, creador de todas las cosas. Puedes adivinar pues, que no nos sintamos sus hijos, ni nos sintamos supeditados a su señorío y su majestad como tú, estimado Nicanor. Así que no puede ser posible que nos irrite
Si como dices, hay millones, que llamándose ateos a si mismos, manipulan vuestra palabra para ridiculizar a vuestro Dios y para anunciar versiones extravagantes sobre su naturaleza, harás bien en llamarlos enemigos, pero no en llamarlos ateos. Esos son creyentes por más que sean anticlericales o anticristianos. Son creyentes por más que lo nieguen y aun que lo desconozcan ¿Quién puede saber en quien creen? Tal vez, ni muchos de ellos lo sepan, ni a muchos les preocupe saber. Tal vez sólo obren rectamente según el mandato de su Señor, o rectamente según el mandato de su manipulada conciencia, pero de una cosa puedes estar seguro, querido Nicanor; todos los que destruyen o han destruido a lo largo y ancho de la historia, mas de lo que construyeron, son destructores en mayor grado que creyentes o ateos.
Un saludo cordial
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