El hombre que había sentado en mitad del páramo, me observaba desde hacía un rato haciendo visera con las manos. Caminé hacia él.
-Me persiguen –le dije – ¿Hacia donde debo ir?
-No puedes huir más. Has llegado al Fin del Mundo –respondió
-Pero… Darán conmigo. Me pisan los talones.
-No debes preocuparte por eso. No llegarán hasta aquí
-Entonces… ¿Me puedo quedar?
-Puedes quedarte, si lo deseas. Esta tierra no tiene dueño
-Yo no soy dueño de nada
-Entonces, me quedaré. No te molestaré
-Te lo agradezco, aunque podrías hacerlo. Eres mucho más fuerte que yo; nadie te lo impediría. Aquí no existe la ley y mucho menos la justicia
-Tampoco hay árboles, ni animales, ni hierba… ¿De que viviré?
Me miró largo rato -Tampoco hay horizonte –dijo al fin- ¿Te has fijado? Muchos vinieron, antes que tú, y algunos murieron buscando el horizonte. Absurdo. No puede haber mundo más allá del Fin del Mundo. Cualquiera puede comprenderlo
-¿Y los otros? ¿Qué fue de los que no murieron buscando el horizonte?
-Regresaron. Prefirieron entregarse a sus perseguidores, que seguir aquí, bajo este sol cegador…
-¿Y tu? ¿Por qué no te entregas, ni mueres como los demás?
-¿Yo? Todavía no se que debo hacer. Por el momento me alimento de libertad -se acomodó sobre la roca en la que descansaba -Creo que al final, también yo partiré en busca del horizonte.
-Pero, morirás. Tú lo has dicho.
-Quien sabe si es esa una muerte tan cierta
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