Desde aquella ventana no se veía más paisaje que un monótono patio interior; altos y grises muros, cuajados de ventanas idénticas, como una pequeña recreación de arquitectura estalinista. Por arriba, sólo las cimas más altas de un pedazo de Pirineo y una discreta parcela de cielo, siempre sin sol.
Aquel día no corría el viento, Angelito teorizaba sobre ecuaciones diferenciales y desde la piscina llegaba un estrépito intermitente de chapuzones, voces infantiles y gritos histéricos de madres vigilantes. En los intervalos, calma absoluta, como si el universo entero cediera al sopor de la siesta o esperara aburrido a la tormenta que según el señor Julio se avecinaba sin solución. Ninguna de las dos variables, me daba como resultado menos dos, ni al cuarto ni al quinto intento, así que dejé correr los veinte minutos de clase que quedaban, sin hacer más que fumar un par de cigarrillos y divagar sobre las verdaderas intenciones de los arquitectos del bienestar. A la vista estaban los resultados: verdaderos paraísos con nombre de comunidad de vecinos, Canal Satélite y filtraciones en el garaje, mientras la exclusiva luz de cada hora y cada estación, bañaba fachadas, trastos amontonados en terrazas, ventanas comidas por el sol…
Entonces la vi recogiendo la ropa del tendedor. Me fije sólo por que era ella; durante tantos años la dueña de mi corazón. Llevaba el pelo recogido, vestía una bata clara y advertí que había desarrollado en las manos la agilidad de un pianista para capturar de la cuerda bragas, pinzas y calcetines, igual que en otros tiempos volteaba las llaves del Porsche. Conservaba cierta levedad juvenil, pero sus formas se habían vuelto algo macizas y se podía percibir ya una incipiente pesadez en el movimiento. Por un instante, creí que me había descubierto espiándola, pero me equivoqué: si me miró, volvió a no verme siquiera. Continuó doblando cada prenda, sobre la mesita de mimbre de la terraza, con la resuelta diligencia con que se hacen las tareas demasiado repetidas. La porción de pierna que lucía, todavía era espléndida, acaso menos firme y menos morena de lo que recordaba; aunque tal vez me traicionaba la memoria. Fuera como fuera, sentí que se había perdido para siempre la bella niña rica que un día llegó del mítico París. Cuando se retiró, una persistente nostalgia se quedó conmigo y recreé su dulce sonrisa, su mirada bruja, su cintura de seda... Escuche de nuevo su voz y su risa y supe que seguía enamorado y el pecho se me volvió a alborotar, igual que aquel día, cuando estuve a punto de hablarle. Sonreía embelesado en recuerdos y Angelito, que debía observarme hacía unos minutos, me miraba como si estuviera loco.
-Oye. Lo dejamos por hoy. Estoy cansado- le dije.
Angelito que siguió mirándome atónito unos segundos más, al final, esbozó una sonrisa cómplice y me dijo sin preámbulos: “Se llama Isabelle, es francesa de origen chino... Es nuestra vecina estrella. Una preciosidad ¿Verdad?
-Ya lo creo.
-Pues está casada y con un gachó con una cara de tonto de no te menees.
-Ya, ya. Ya lo se.
-¿La conoces?
Asentí tratando de aparentar indiferencia
-¿De verdad?
-Desde que llegó a Jaca y de eso hace...
-¿En serio?
Ladeé la cabeza por respuesta
-¿No me irás a decir que fuisteis novios?- se reía
-Que vamos a ser. Ya me hubiera gustado ya, pero no. La conozco de vista y de oidas, como todo el mundo y... eso es todo. La pava esta no creas que se enrollaba con alguien como yo; en el fondo no era más que una pija de mierda, pero estaba tan buena... Y como lo sabía... Con esa planta, ese coche... Arrasaba.
Angelito me escuchaba con una maliciosa sonrisa por la que asomaba el brillo de unos dientecillos pequeños y afilados, como de lobo sanguinario. -Lo vendió el año pasado; el coche quiero decir.
-Lástima.
-Lo tenía abajo, en el garaje, cubierto por una lona y ni lo sacaba. Bueno, me imagino que sería el que tú dices; uno azul oscuro con matrícula de París...
Asentí de nuevo. -Fue un regalo de su padre, que por lo visto es un abogado de prestigio, un tío de pasta, de rancio abolengo y esas cosas... Vamos; de una “familia bien”. Se lo regaló por acabar medicina. Bueno, por eso y en agradecimiento por haberle privado de un yerno senegalés.- me reí todo lo sarcástico que pude, seguro de que el dato iba a interesar a un tipo tan meticón y tan morboso como mi profesor de álgebra.
-¡No me jodas!- Acercó un metro la silla, para escucharme con mayor claridad. -¿Tenía un novio senegalés?
-Hombre, yo no lo se. Eso es lo que se rumoreó. Decían que lo conoció estudiando medicina en Frankfurt y que se enamoró de él como una loca. El pavo, por lo que se ve, no era nada; un inmigrante, que se ganaba la vida como matón de discoteca. Cuando se enteró la familia; ya te puedes imaginar... Removieron cielo y tierra para que lo dejara, pero solo consiguieron que abandonara la carrera y se pusiera a trabajar como modelo. Pasó el tiempo y un día el negro apareció degollado sobre la vía del tren...
-¡Hostias!
-No, no. Por lo que se ve fue un suicidio.- me apresuré a aclarar. -Ella le había dejado hacía una semana.
-¡Joder!- exclamó con los ojos desorbitados. -¿Se cortó la yugular por que la tía lo había dejado?
-Por eso o por otra cosa. El caso es que ella se reconcilió con sus padres, dejó la pasarela, sentó la cabeza y terminó la carrera en Harvard.
-Ya. ¿Y luego? ¿Como coño conoció al comandante?
-¡Pst! Vaivenes de la vida, me supongo.
El profesor se rascaba la cabeza perplejo y de cuando en cuando lanzaba una ojeada hacia la terraza que hasta hacía unos minutos ocupaba la China, para volver enseguida a escudriñar en mis ojos el rastro de la mentira. -Pero...- balbuceó dudando claramente de mis palabras -¿Y que hace una tía como ella metida en Jaca y casada con un vulgar militar? Con tanto dinero, con la vida que ha llevado... No se. No me cuadra. No lo entiendo.
Me incorporé encogido de hombros como si de pronto me hubiera asaltado la prisa y no me interesara el caso ni la veracidad de lo que había dicho. No era así, pero me encantaba dejar claras sus carencias en el aspecto mundano. -¡En fin! Me voy ya. Me han dicho que iba a llover.
Angelito no estaba muy dispuesto a dejar las cosas en aquel punto así que cogiéndome por la muñeca, me hizo sentar de nuevo. -Que coño llover ¿No ves que sol hay? A ver. Explícame eso.
-No tengo ni idea. De verdad. Lo que se es que su familia debe tener una villa de puta madre en Palma de Mallorca. Quizá... No se, no se. De todas maneras; a Jaca, llegó siendo novia de Saladich. Lo del comandante fue después.
-¿Saladich? ¿Mario Saladich?
Asentí con desgana. -No se donde, ni como la conocería, pero así fue. Salieron bastante tiempo; dos años o más y luego rompieron. Dicen que él la dejó por otra, pero que ella nunca lo superó y que sigue enamorada de él.
-¿De verdad? ¿De ese?
-Eso es lo que dicen. Yo no lo se, pero lo que si que te puedo asegurar que mucho tiempo después de haber roto, aun se seguían viendo. Lo se por que los vi enrollados mas de una vez. ...si seguía enamorada o no...
-Hay que joderse.
Tanto interés de Angelito por la China, me estaba animando a hablar demasiado a pesar de que hacía apenas medio minuto me había propuesto lo contrario. -Pues yo creo que ella ya estaba casada para entonces- dejé caer como si hablara para mi mismo. No se muy bien por que me ocurría; pero imaginar la supuesta vida sexual de la China, siempre me producía un estado de excitación cercano a lo sexual, que muy a menudo me soltaba la lengua y me hacía cargar las tintas sobremanera. En el fondo por que era yo quien nunca superó la frustración de que ella no llegara a saber siquiera mi nombre. De todas formas, lejos de hacerme sufrir, aquella clase de situaciones me producían una innegable sensación de bienestar, contra la que no luchaba.
-Tú te estás quedando conmigo
-¿Quedarme contigo? - me reí para terminar haciéndome el ofendido. -Pues no. Te digo lo que se. Tú eres quien pregunta.
-Pues no lo entiendo- atajó hosco.
Durante un par de minutos meditó en silencio lo que le había dicho. Yo, la verdad es que esperaba alguna pregunta más, sobre todo para demostrarle lo mucho que sabía de ella y todo lo que no le iba a contar.
-O sea; que pone cuernos, al cara de bobo, con el Saladich ese. Vaya, vaya.- arrancó de nuevo ba-tiendo ostensiblemente la cabeza. -A mí, el jodido tipejo me cae a reventar. Le conozco poco, pero... es un... ¡Bah!- exclamó.
-Puso cuernos, pero no se si todavía pone.- puntualicé. -Pero tú, que eres vecino, quizá hayas visto por aquí al tipejo.
Me miraba, ahora, circunspecto, un poco desafiante y directamente a los ojos, mientras mareaba un bolígrafo entre los dedos.
-¡Oye! ¿Y a ti que te pasa?- pasé a la ofensiva. -¿Te has enamorado o sólo es que te la quieres follar?
No se inmutó. Probablemente me quería hacer creer que ni me había escuchado, pero en realidad le pasaban ambas cosas a la vez. Estoy seguro de que en aquel preciso instante se avergonzaba por el interrogatorio al que me había sometido. Angelito nunca toleró bien las flaquezas de la carne y peor aun las del espíritu. Daba lo mismo; ya conocía la respuesta. Tantas tardes juntos, daban para eso y para más.
-Yo creo que haces mal, “profe”. No deberías seguir por ese camino, si es que me permites decírtelo -me reía con maldad
Me miró más inquisitivo aun, pero tampoco ahora dijo una sola palabra. Creo que en el fondo lo que deseaba era que siguiera hablando, aunque no me lo iba a pedir de nuevo. Por eso di por concluida la conversación; recogí mis cosas y me despedí hasta el siguiente martes a las cuatro. Hubiera preferido que se me ocurriera una frase lapidaria para terminar, pero cerré la puerta tras un soso adios.
Cuando alcancé la calle ya había desaparecido el sol y un soplo de viento fresco me trajo el eco de un trueno lejano.
Aquel día no corría el viento, Angelito teorizaba sobre ecuaciones diferenciales y desde la piscina llegaba un estrépito intermitente de chapuzones, voces infantiles y gritos histéricos de madres vigilantes. En los intervalos, calma absoluta, como si el universo entero cediera al sopor de la siesta o esperara aburrido a la tormenta que según el señor Julio se avecinaba sin solución. Ninguna de las dos variables, me daba como resultado menos dos, ni al cuarto ni al quinto intento, así que dejé correr los veinte minutos de clase que quedaban, sin hacer más que fumar un par de cigarrillos y divagar sobre las verdaderas intenciones de los arquitectos del bienestar. A la vista estaban los resultados: verdaderos paraísos con nombre de comunidad de vecinos, Canal Satélite y filtraciones en el garaje, mientras la exclusiva luz de cada hora y cada estación, bañaba fachadas, trastos amontonados en terrazas, ventanas comidas por el sol…
Entonces la vi recogiendo la ropa del tendedor. Me fije sólo por que era ella; durante tantos años la dueña de mi corazón. Llevaba el pelo recogido, vestía una bata clara y advertí que había desarrollado en las manos la agilidad de un pianista para capturar de la cuerda bragas, pinzas y calcetines, igual que en otros tiempos volteaba las llaves del Porsche. Conservaba cierta levedad juvenil, pero sus formas se habían vuelto algo macizas y se podía percibir ya una incipiente pesadez en el movimiento. Por un instante, creí que me había descubierto espiándola, pero me equivoqué: si me miró, volvió a no verme siquiera. Continuó doblando cada prenda, sobre la mesita de mimbre de la terraza, con la resuelta diligencia con que se hacen las tareas demasiado repetidas. La porción de pierna que lucía, todavía era espléndida, acaso menos firme y menos morena de lo que recordaba; aunque tal vez me traicionaba la memoria. Fuera como fuera, sentí que se había perdido para siempre la bella niña rica que un día llegó del mítico París. Cuando se retiró, una persistente nostalgia se quedó conmigo y recreé su dulce sonrisa, su mirada bruja, su cintura de seda... Escuche de nuevo su voz y su risa y supe que seguía enamorado y el pecho se me volvió a alborotar, igual que aquel día, cuando estuve a punto de hablarle. Sonreía embelesado en recuerdos y Angelito, que debía observarme hacía unos minutos, me miraba como si estuviera loco.
-Oye. Lo dejamos por hoy. Estoy cansado- le dije.
Angelito que siguió mirándome atónito unos segundos más, al final, esbozó una sonrisa cómplice y me dijo sin preámbulos: “Se llama Isabelle, es francesa de origen chino... Es nuestra vecina estrella. Una preciosidad ¿Verdad?
-Ya lo creo.
-Pues está casada y con un gachó con una cara de tonto de no te menees.
-Ya, ya. Ya lo se.
-¿La conoces?
Asentí tratando de aparentar indiferencia
-¿De verdad?
-Desde que llegó a Jaca y de eso hace...
-¿En serio?
Ladeé la cabeza por respuesta
-¿No me irás a decir que fuisteis novios?- se reía
-Que vamos a ser. Ya me hubiera gustado ya, pero no. La conozco de vista y de oidas, como todo el mundo y... eso es todo. La pava esta no creas que se enrollaba con alguien como yo; en el fondo no era más que una pija de mierda, pero estaba tan buena... Y como lo sabía... Con esa planta, ese coche... Arrasaba.
Angelito me escuchaba con una maliciosa sonrisa por la que asomaba el brillo de unos dientecillos pequeños y afilados, como de lobo sanguinario. -Lo vendió el año pasado; el coche quiero decir.
-Lástima.
-Lo tenía abajo, en el garaje, cubierto por una lona y ni lo sacaba. Bueno, me imagino que sería el que tú dices; uno azul oscuro con matrícula de París...
Asentí de nuevo. -Fue un regalo de su padre, que por lo visto es un abogado de prestigio, un tío de pasta, de rancio abolengo y esas cosas... Vamos; de una “familia bien”. Se lo regaló por acabar medicina. Bueno, por eso y en agradecimiento por haberle privado de un yerno senegalés.- me reí todo lo sarcástico que pude, seguro de que el dato iba a interesar a un tipo tan meticón y tan morboso como mi profesor de álgebra.
-¡No me jodas!- Acercó un metro la silla, para escucharme con mayor claridad. -¿Tenía un novio senegalés?
-Hombre, yo no lo se. Eso es lo que se rumoreó. Decían que lo conoció estudiando medicina en Frankfurt y que se enamoró de él como una loca. El pavo, por lo que se ve, no era nada; un inmigrante, que se ganaba la vida como matón de discoteca. Cuando se enteró la familia; ya te puedes imaginar... Removieron cielo y tierra para que lo dejara, pero solo consiguieron que abandonara la carrera y se pusiera a trabajar como modelo. Pasó el tiempo y un día el negro apareció degollado sobre la vía del tren...
-¡Hostias!
-No, no. Por lo que se ve fue un suicidio.- me apresuré a aclarar. -Ella le había dejado hacía una semana.
-¡Joder!- exclamó con los ojos desorbitados. -¿Se cortó la yugular por que la tía lo había dejado?
-Por eso o por otra cosa. El caso es que ella se reconcilió con sus padres, dejó la pasarela, sentó la cabeza y terminó la carrera en Harvard.
-Ya. ¿Y luego? ¿Como coño conoció al comandante?
-¡Pst! Vaivenes de la vida, me supongo.
El profesor se rascaba la cabeza perplejo y de cuando en cuando lanzaba una ojeada hacia la terraza que hasta hacía unos minutos ocupaba la China, para volver enseguida a escudriñar en mis ojos el rastro de la mentira. -Pero...- balbuceó dudando claramente de mis palabras -¿Y que hace una tía como ella metida en Jaca y casada con un vulgar militar? Con tanto dinero, con la vida que ha llevado... No se. No me cuadra. No lo entiendo.
Me incorporé encogido de hombros como si de pronto me hubiera asaltado la prisa y no me interesara el caso ni la veracidad de lo que había dicho. No era así, pero me encantaba dejar claras sus carencias en el aspecto mundano. -¡En fin! Me voy ya. Me han dicho que iba a llover.
Angelito no estaba muy dispuesto a dejar las cosas en aquel punto así que cogiéndome por la muñeca, me hizo sentar de nuevo. -Que coño llover ¿No ves que sol hay? A ver. Explícame eso.
-No tengo ni idea. De verdad. Lo que se es que su familia debe tener una villa de puta madre en Palma de Mallorca. Quizá... No se, no se. De todas maneras; a Jaca, llegó siendo novia de Saladich. Lo del comandante fue después.
-¿Saladich? ¿Mario Saladich?
Asentí con desgana. -No se donde, ni como la conocería, pero así fue. Salieron bastante tiempo; dos años o más y luego rompieron. Dicen que él la dejó por otra, pero que ella nunca lo superó y que sigue enamorada de él.
-¿De verdad? ¿De ese?
-Eso es lo que dicen. Yo no lo se, pero lo que si que te puedo asegurar que mucho tiempo después de haber roto, aun se seguían viendo. Lo se por que los vi enrollados mas de una vez. ...si seguía enamorada o no...
-Hay que joderse.
Tanto interés de Angelito por la China, me estaba animando a hablar demasiado a pesar de que hacía apenas medio minuto me había propuesto lo contrario. -Pues yo creo que ella ya estaba casada para entonces- dejé caer como si hablara para mi mismo. No se muy bien por que me ocurría; pero imaginar la supuesta vida sexual de la China, siempre me producía un estado de excitación cercano a lo sexual, que muy a menudo me soltaba la lengua y me hacía cargar las tintas sobremanera. En el fondo por que era yo quien nunca superó la frustración de que ella no llegara a saber siquiera mi nombre. De todas formas, lejos de hacerme sufrir, aquella clase de situaciones me producían una innegable sensación de bienestar, contra la que no luchaba.
-Tú te estás quedando conmigo
-¿Quedarme contigo? - me reí para terminar haciéndome el ofendido. -Pues no. Te digo lo que se. Tú eres quien pregunta.
-Pues no lo entiendo- atajó hosco.
Durante un par de minutos meditó en silencio lo que le había dicho. Yo, la verdad es que esperaba alguna pregunta más, sobre todo para demostrarle lo mucho que sabía de ella y todo lo que no le iba a contar.
-O sea; que pone cuernos, al cara de bobo, con el Saladich ese. Vaya, vaya.- arrancó de nuevo ba-tiendo ostensiblemente la cabeza. -A mí, el jodido tipejo me cae a reventar. Le conozco poco, pero... es un... ¡Bah!- exclamó.
-Puso cuernos, pero no se si todavía pone.- puntualicé. -Pero tú, que eres vecino, quizá hayas visto por aquí al tipejo.
Me miraba, ahora, circunspecto, un poco desafiante y directamente a los ojos, mientras mareaba un bolígrafo entre los dedos.
-¡Oye! ¿Y a ti que te pasa?- pasé a la ofensiva. -¿Te has enamorado o sólo es que te la quieres follar?
No se inmutó. Probablemente me quería hacer creer que ni me había escuchado, pero en realidad le pasaban ambas cosas a la vez. Estoy seguro de que en aquel preciso instante se avergonzaba por el interrogatorio al que me había sometido. Angelito nunca toleró bien las flaquezas de la carne y peor aun las del espíritu. Daba lo mismo; ya conocía la respuesta. Tantas tardes juntos, daban para eso y para más.
-Yo creo que haces mal, “profe”. No deberías seguir por ese camino, si es que me permites decírtelo -me reía con maldad
Me miró más inquisitivo aun, pero tampoco ahora dijo una sola palabra. Creo que en el fondo lo que deseaba era que siguiera hablando, aunque no me lo iba a pedir de nuevo. Por eso di por concluida la conversación; recogí mis cosas y me despedí hasta el siguiente martes a las cuatro. Hubiera preferido que se me ocurriera una frase lapidaria para terminar, pero cerré la puerta tras un soso adios.
Cuando alcancé la calle ya había desaparecido el sol y un soplo de viento fresco me trajo el eco de un trueno lejano.
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