Alain de Benoist
En la actualidad, no hay muchos hombres de izquierda que denuncien la democracia, como hizo Karl Marx, como un procedimiento de clase inventado por la burguesía para desarmar y domesticar al proletariado, ni muchos hombres de derecha que sostengan, como hicieron los contrarrevolucionarios, que la misma se reduce a la “ley del número” y al “reino de los incompetentes” (sin decir nunca, sin embargo, qué es exactamente lo que les gustaría poner en su lugar). Con raras excepciones, no es entre partidarios y adversarios de la democracia los que se oponen a la misma en nuestros días, sino exclusivamente entre sus partidarios, aunque sea en nombre de los diferentes modos de concebir la democracia.

La democracia no tiene por objeto determinar la verdad. Es el único régimen que hace residir la legitimidad política en el poder soberano del pueblo. Esto implica, primeramente, que existe un pueblo. En el sentido político, un pueblo se define como una comunidad de ciudadanos dotados políticamente de las mismas capacidades y obligados por una norma común dentro de un espacio público determinado. Fundada sobre el pueblo, la democracia es el régimen que permite a todos los ciudadanos la participación en la vida pública, afirmando que todos ellos tienen la vocación para ocuparse de los asuntos comunes. Iré un paso más allá: no sólo proclama la soberanía del pueblo, sino que pretende colocar al pueblo en el poder, para permitir que esas personas del pueblo ejerzan, por sí mismas, el propio poder.