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sábado, 14 de febrero de 2015

¿Verdad racial o más racismo?



P. UNAMUNO


Ya está en las librerías españolas el libro que ha desencadenado una de las más virulentas confrontaciones académicas de los últimos años. Una herencia incómoda (ed. Ariel), del biólogo y divulgador Nicholas Wade, antes editor científico en Science y The New York Times, trata de la raza, y ésta es siempre una cuestión controvertida desde el mismo momento en que buena parte de la comunidad científica comparte la opinión del antropólogo Ashley Montagu de que "la palabra misma 'raza' es en sí misma racista".

Wade, por el contrario, sostiene que los notables –aunque aún preliminares– avances en el conocimiento del genoma humano permiten afirmar que existen diferencias intrínsecas entre grandes grupos de población y que hablar de ello no abre la puerta al resurgimiento del racismo. "La ciencia trata de lo que es, no de lo que debería ser", sentencia el autor inglés residente en EE. UU.

La tesis principal de Una herencia incómoda es que, a la luz del estudio del genoma, la evolución humana debe considerarse "reciente, copiosa y regional". En otras palabras, que el hombre se halla en constante transformación genética, ha cambiado de manera considerable en la Historia reciente, como en cualquier otro periodo –lo que parece incontrovertible–, y lo ha hecho de forma diferente según el entorno geográfico donde se ha asentado, principalmente –según Wade– en función del continente que haya habitado.

Nada de esto parece especialmente escandaloso, pero la hipótesis de que los rasgos distintivos de las diversas razas trascienden evidencias físicas como el color de la piel y afectan también a su comportamiento social, así como a sus logros culturales o económicos, ha levantado en armas al mundo académico, al que Wade tacha de actuar por inercia, motivos políticos o miedo a las acusaciones de racismo.

viernes, 6 de febrero de 2015

El holocausto silenciado



Varios textos de historia dan cuenta que en la II Guerra Mundial fallecieron alrededor de 37 millones de personas, de las cuales en el frente oriental de Europa, en la línea ruso-alemana, se habrían perdido 24 millones de vidas; de éstas, 20 millones habrían correspondido a ciudadanos de los países que conformaron la desaparecida Unión Soviética. Las soldados norteamericanos que ofrendaron su vida en todo este conflicto llegarían a 457.000, sobre todo en el frente japonés.

La historia también recoge los datos de 6 millones de personas conducidas a la muerte en brutales campos de concentración y exterminio manejados por Adolfo Hitler y el nazismo. Nombres como Auschwitz-Birkenau, Manthausen, Dachau, Treblinka, Maidanek, Sobibor, Belzec, Buchanwald, Bergen-Belsen, Chelmno, Ravensbruck, Sachenhausen, Flossenburg, Sutthof, Theresienstadt, entre otros, han quedado grabados, en forma indeleble, como sinónimo de perversión inhumana incalificable, en la conciencia de los seres dotados de un mínimo de convicciones humanistas elementales.

Es mundialmente conocida la relación de lo que los nazis hicieron en los referidos campos de concentración. Desde entonces la palabra «Holocausto» adquirió ribetes de dolor, angustia e indignación general. A partir de la difusión de esos inhumanos acontecimientos -para muchos incomprensibles- existen esos nombres y sitios que se hicieron famosos por constituir expresión del horror más brutal y de la capacidad criminal ilimitada de los seres degenerados en la prácticas del tormento cobarde e degradante.

No puede tampoco dejar de anotarse, en forma expresa, que existe un ánimo visible para que estas páginas de horror sean extraviadas en el olvido de los pueblos, sobre todo en la desmemoria de las nuevas generaciones, merced al apoyo cómplice de determinadas grandes cadenas informativas de alcance planetario y a un sistema educativo mutilante, entre cuyos condueños y guías aparecen las empresas y accionistas del más grande complejo industrial-militar del planeta.

De existir otra vida, como enseñan todas las religiones, y de haber dispuesto de frenesí por la eliminación física de seres humanos, y desprecio por la existencia de los pueblos, por parte de Adolfo Hitler, hoy revolcaría de envidia ante la capacidad depredadora de los mayores entes genocidas que han conocido los pueblos a lo largo de los últimos milenios, como han resultado en la práctica comprobable el Fondo Monetario Internacional, FMI, y el Banco Mundial, BM, conforme lo vamos a demostrar.