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lunes, 26 de noviembre de 2012

Estatuto de la mujer en el Islám / Matrimonio

La mujer se convierte por el matrimonio en una especie de esclava en manos de su marido. No tiene la condición del esclavo, no puede ser vendida y tiene derechos de los que éste carece, pero sí comparte cierto grado del sometimiento a la autoridad de su amo.

El Profeta (la_paz_sea_con_él) ha dicho: El matrimonio es servidumbre. Así pues, que cada uno de vosotros examine en qué manos pondrá a su hija. (hadiz cit. por Ghazzali, p. 66) 
El Profeta ha dicho: Las mujeres son prisioneras de guerra en vuestras manos, las habéis cogido al comprometeros frente a Alá y por un decreto divino la unión sexual con ellas se os ha hecho lícita.(hadiz cit. por Michon, p. 120)


El matrimonio es una especie de esclavitud: la mujer se convierte en la esclava de su marido, tiene que obedecerle sin restricción por todo lo que reclame de ella. (Ghazzali, pág. 104) 

domingo, 18 de noviembre de 2012

Estatuto de la mujer en el Islám / Condición inferior

El hombre y la mujer no son iguales. Su desigualdad procede de la disposición creadora de Alá y es esencial, ontológica: el hombre es superior a la mujer. De ahí deriva la diferencia de derechos y obligaciones para unos y otros. 

Ellas tienen derechos equivalentes a sus obligaciones, conforme al uso, pero los hombres están un grado por encima de ellas. Alá es poderoso, sabio. (Corán 2:228).



La mujer ha sido creada para el hombre: es uno de los milagros de Alá.

Y entre Sus signos está el haberos creado esposas nacidas entre vosotros, para que os sirvan de quietud, y el haber suscitado entre vosotros el afecto y la bondad. Ciertamente, hay en ellos signos para gente que reflexiona. (C. 30:21) 

Comentando este versículo, Razi dijo: Su afirmación ‘creadas para vosotros’ es una prueba de que las mujeres fueron creadas como los animales y las plantas y otras cosas útiles, así como el Altísimo ha dicho: ‘Él creó para vosotros lo que hay en la tierra’; y eso implica que la mujer no fue creada para adorar y cargar con los mandamientos divinos... Porque las mujeres no están cargadas con tantos mandamientos como nosotros lo estamos, porque la mujer es débil, simple, en cierto sentido es como un niño, y los mandamientos. (M. Rafiqul-Haqq and P. Newton, The Place of Women in Pure Islam)

Sin embargo, el Corán afirma la igualdad de trabajos de los sexos y la unidad de origen de ambos sexos (Rafiqul-Haqq y Newton). 

Su Señor escuchó su plegaria: «No dejaré que se pierda obra de ninguno de vosotros, lo mismo si es varón que si es hembra, que habéis salido los unos de los otros. (C.3:195) 

¡Hombres! ¡Temed a vuestro Señor, Que os ha creado de una sola persona, de la que ha creado a su cónyuge, y de los que ha diseminado un gran número de hombres y de mujeres! (C. 4:1)

El hombre tiene autoridad sobre la mujer, por la preferencia que Alá le ha concedido y por los bienes que gasta a favor de sus mujeres. Éstas han de obedecer al jefe de la familia, su padre o abuelo paterno, o a su marido, si están casadas.

Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres en virtud de la preferencia que Alá ha dado a unos más que a otros y de los bienes que gastan... (C.4:34)

El comentarista Ibn Kathir comentó este versículo (4:34) diciendo: Los hombres son superiores a las mujeres y un hombre es mejor que una mujer. Otros comentaristas como Razi, Baidawi, Zamakhshari, y Tabari son de la misma opinión (M. Rafiqul-Haqq y P. Newton).

La autoridad del marido es omnímoda, mientras no vaya en contra del islam: la mujer no puede salir de casa ni admitir en ella a ningún hombre, buscar trabajo, realizar oraciones o ayunos extraordinarios o dar limosna, sin su consentimiento. 

Una mujer no puede realizar oraciones extraordinarias ni ayunar sin permiso de su marido.(hadiz de Tirmidhi) (Wondrous treatment of women in Islam).

Relató Abu Huraira: El Apóstol de Alá dijo: No es lícito que una mujer ayune sin permiso de su marido si está en casa, y no debe permitir que nadie entre en su casa sin su permiso (del marido) y si gasta de sus riquezas (con fines caritativos) sin que se lo ordene, él recibirá la mitad de la dádiva. (Al-Bukhari, al-Jami' as-Sahih 7.123)

jueves, 15 de noviembre de 2012

El Sol por última vez


Nunca pude soportar los días de tedio que cada agosto y alguna fatídica navidad me deparó, sin remedio, la casa familiar de mi amada Lola: un caserón de dos alturas cerca de Tebrés; adusto, pardo y según decían noble y bicentenario, que se alzaba como un termitero en pleno mar de rastrojos. A un lado el viejo torreón medieval que albergaba la capilla para la familia y la peonada, al otro las antiguas cuadras y pajares que ahora hacían las veces de parking, y en el centro, como no podía ser de otra forma, la casa de la gran balconada, con tal vocación de ayuntamiento, que daba luz, nada menos, que al formidable despacho de Gerardo Gallardo, actual e infatigable cabeza del imperio. Aún no he olvidado el olor a manzanas y a humedad de la planta baja, los baños de mármol azul, las escaleras de granito, la penumbra rigurosa de todas las estancias y aquel silencio casi monacal, que apenas rompían los pasos quedos de la fidelísima señora Martina y el bisbiseo de rosario que mi cuñada María Pilar y el tío mosén Ángel elevaban cada tarde desde la sala.  

Damián
Al principio entendí, como no iba a hacerlo, el deseo de las hermanas por reunirse una vez al año con su anciano padre, en su propia casa, en el nido, allí donde, por lo visto, habitaban todos los recuerdos que merecían conservarse, y cada vez me vi en la misma tesitura de transigir, como uno más de esos sacrificios inexcusables que exige la vida en pareja. Los primeros años encaré el castigo con el ánimo renovado, sin elevar una protesta ni hacer caso de los comentarios y constantes desprecios de mi suegro, pero después, con la desgana que da el tiempo, y comprobado lo inútil de mi esfuerzo, siempre a fondo perdido, empecé a afrontar mis estancias en la casa como una carga más y más pesada. Desde luego, no voy a negar que me sobró cobardía y a pesar de que padecía aquellos episodios como una verdadera carcoma en mi autoestima, seguí acudiendo año a año a nuestra cita. En parte forzado por los berrinches de Lola, pero en mayor medida, lo reconozco, por la amenaza velada que pendía sobre mi línea de crédito. No obstante, y dado que la perspectiva de gozar de una segunda quincena para olvidar la primera, nunca me compensó, es bien cierto que jamás recibí una caricia, salvo de las olas, que desequilibrara la balanza entre mi esfuerzo y mi interés.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Mariela y el mal de amor XIV



No reconozco esta soledad de hoy; más amarga y contradictoria que nunca. Desde hace horas miro el horizonte difuso de tejados y humo, repitiendo palabras, repitiendo el lloroso alegato de Julia, jurando y perjurando que sólo dije lo que era necesario decir. Ni una palabra de más. -Acaso- concedo -de haberlo pensado mejor habría suavizado las formas- pero al momento reconsidero mi indignación de toda la tarde y sentencio que me tiene muy harto. -No tiene derecho a meter las narices en mis cosas. Menos aún a mostrar mis papeles a todo cristo, mucho menos al propio Mattarasa, y sin tan siquiera preguntar; como si fuera un incapaz. No. Me importa una mierda si lo hizo o no con la mejor intención, o si yo nunca hubiera llegado a dar ese paso. Me correspondía a mí- atajo decidido a dejar zanjado el asunto, y, sin embargo, observo desalentado como tras mi última palabra, sigue cayendo la noche sobre un inquietante mar de culpas.