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viernes, 25 de febrero de 2011

Miranda, dominicana, 17 años... creo

Zaipi, 1998
Grafito y carbón sobre cartón entelado
Fue tal vez el momento más ridículo de mi vida. No por el fracaso, que ya era de esperar, si no por la asunción de una estrategia a la que debí negarme desde el principio. Supongo que imaginé, como un idiota, que tenía alguna posibilidad y me perdió la lascivia. Aun la recuerdo en la cafetería, el día que me devolvió los pendientes, diciéndome aquello de que había sido muy bueno con ella y que se acordaría siempre de mí. No fui capaz de contestar. Fue todo muy lamentable.
No hace mucho la volví a ver por la calle junto a un jovencito muy apuesto. Empujaban los dos un coche de bebé. No me reconoció.

Cuando le di los pendientes a Marta, no se lo podía creer. Hacia años que no le hacía un regalo de esa categoría y eran tan bonitos...

jueves, 24 de febrero de 2011

A propósito de flaca memoria y poca vergüenza

" Quiero decir que estoy muy satisfecho de culminar en estos momentos esta visita a Libia. Esta visita se produce en un momento muy especial. Como ustedes saben, yo soy el primer Jefe de Gobierno que visita Libia después del levantamiento de sanciones por parte del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y tengo que decir que se produce también después de muchos meses de contactos discretos, de reuniones discretas, en las cuales España y Libia han trabajado conjuntamente para conseguir algunos objetivos tendentes a la plena incorporación de Libia en la Comunidad Internacional.

sábado, 19 de febrero de 2011

No amanece

"Amanecer en Pensilvania"
E. Hopper, 1942

Las ocho de esta mañana. Fuma en la cocina, la ventana está abierta y mira el paisaje del patio trasero: sillas rotas, alambre de espino, un zapato, un florero florecido en invierno y también, por supuesto, la geometría estricta de fachadas y escaleras de incendio. Aquí y allá, la espesa vegetación que cubre las vías del tren: hierba seca y montañas de zarzas y basura… un gato muerto en combate y la paloma también.
Enfrente, una ventana iluminada por la luz rabiosa de un televisor.
En este momento, en esta época del año, con esta corriente de aire frío del norte; siente por primera vez la miseria de sus setenta años de soledad -¿Qué más puedo hacer?
Y luego, detrás de la duda, no amanece.

jueves, 10 de febrero de 2011

Mariela y el mal de amor VI

Alargo, sin pensar, la mano hacía la lata de cerveza que hace un rato saqué de la nevera y, a su lado, descubro una esquina del paquete de Camel . Me detengo en seco. Creo, ahora estoy seguro, que no voy a resistir mucho tiempo. Puede que, por no resistir, no resista ni los próximos tres segundos, y sin embargo no me muevo hacia el tabaco. Atrapo la lata y la aplasto entre los dedos. Por cierto, todavía está fresca. -¡Joder! No llevo ni media hora sin fumar y ya tengo mono. Mañana estaré insoportable y si mi fuerza de voluntad fuera lo suficientemente fuerte, pasado mañana sería adicto a los bocatas y a los caramelos de eucalipto. Engordaría y la mala leche acabaría con mi vida social.- Sigo cerrando el puño y el líquido desborda burbujeando sobre mi mano y mi antebrazo, mientras sopeso la otra opción; la del temido cáncer de pulmón. No hago nada por evitar que también gotee sobre los papeles que me pasó Julia.
Ramón Ventura, 1985

Ahora caigo en que ni los he mirado. Los tomo y ojeo la primera página mientras doy un buen trago que también sirve para empaparme el pecho de la camisa. Se trata de otra de sus entrevistas callejeras. Probablemente a un joven senegalés, ilustrador de camisetas o dibujante de tiras satíricas, que además es toxicómano y vive en la calle… La leeré luego, pero de todas maneras le diré que está muy bien, que la encuentro muy apropiada para ser publicada en su revista cultural online. Julia agradece mucho estos detalles de confianza y me da pie para pedirle luego que revise mis escritos. Ella es una crítica estricta y concienzuda; justo lo que necesita un tipo sin estilo literario y dejado, como yo. También creo que nunca le pediré que lea esto que estoy escribiendo hoy. No. Ni aun en el caso que algún día llegue a ser algo más que un esbozo. No, pero no por pudor, si no por que no quiero ser psicoanalizado por ella. Se que lo haría; a ratos libres, pero que lo haría de forma meticulosa y eficiente. Se que no estaría conforme con el enfoque, al que tildaría de machista, y que diferiría radicalmente de mis planteamientos, de mis puntos de vista y de mi proceder en el pasado. Pero sobre todo se que por no herirme, guardaría un prudente silencio al respecto de algunas facetas importantes de mi personalidad. Bueno; tal vez un prudente silencio provisional. Un silencio roto cualquier noche en que las copas le soltaran la lengua lo suficiente para dejar que se impusiera su sana objetividad. Ya la veo buscarme, ya la veo encontrarme y ponerme al día de sus conclusiones. Sin duda; lo que peor soporto de ella son los desasosiegos, verdaderos tormentos del alma, que puede provocar durante mis resacas.

sábado, 5 de febrero de 2011

Canfranc / La ruta del oro nazi

Puede que a más de uno le llame la atención que durante buena parte del siglo pasado la segunda estación de tren más grande de Europa, no estaba en París, en Madrid o Berlín, sino en un remoto poblado incrustado en medio de los Pirineos. La apertura de una conexión por tren con Francia a través de la parte central de la cordillera, una empresa largamente acariciada por el regeneracionismo hispano, colocó a Canfranc en el mapa en la primera década del siglo XX, cuando la pequeña localidad aragonesa se convirtió de la noche a la mañana en la capital ferroviaria del país.


En la estación había un hotel de gran lujo, un gran casino, la agencia de aduanas, una oficina del Banco de España, una cantina y una enfermería. Fue uno de los primeros edificios públicos levantados con una estructura de hormigón armado. 
Ocho años después de su inauguración, la línea ferroviaria y la terminal empezó a ensayar el papel que le tocaría desempeñar tres décadas más tarde. Pero conviene no adelantarse, porque es justo entonces cuando la leyenda de Canfranc comienza a fraguarse.

Un contrato entre los estados español y francés, determinaba que la estación tendría la doble nacionalidad a pesar de que tanto el túnel como el propio edificio se encontraran en territorio español. Esta doble nacionalidad adquirió al iniciarse la Segunda Guerra Mundial una enorme importancia estratégica. La estación era el centro del comercio de bienes de todo tipo entre España y Europa, en particular para el comercio de tungsteno y oro entre Alemania, Suiza, España y Portugal.
Canfranc podría ser el escenario de una película como Casablanca, aunque la historia de este paso fronterizo está todavía por escribir. La ruta del oro nazi a la Península Ibérica, la presencia de las SS y la Gestapo, la puerta de fuga de muchos judíos y hasta de los alemanes perdedores, y episodios de contraespionaje dignos de una novela de John Le Carré. Todo eso sucedió en Canfranc entre 1942 y 1945.


La aduana internacional fue reabierta después de estar cerrada durante la Guerra Civil española (1936-39) para evitar una invasión desde Francia. Poco después, en los años 1942 y 1943, vivió una actividad que jamás volvió a recuperar hasta su cierre definitivo en 1970. La supuesta neutralidad de España en el conflicto provocó que en esa época de convulsión en Europa llegaran a pasar 1.200 toneladas de mercancías mensuales en la ruta Alemania-Suiza-España-Portugal –entre ellas 86 del oro nazi robado a los judíos–.


En la estación ondeaba la esvástica, Alemania controlaba la aduana internacional, un grupo de oficiales de las SS y miembros de la Gestapo, residían en el hotel de la estación, mientras otro lo hacía en  el propio pueblo. España no estaba en guerra, pero Franco tenía una postura de no beligerancia «sui generis». Debía devolver la ayuda que Hitler le proporcionó en la Guerra Civil, lo que se tradujo en enviar a Alemania toneladas de volframio de las minas gallegas, un mineral fundamental para blindar sus tanques y cañones. Muchas de esas explotaciones fueron abiertas por empresas alemanas que operaban en España a través de la sociedad Sofindus (Sociedad Financiera Industrial), un holding alemán muy bien conectado con Demetrio Carceller, director del Instituto Español de Moneda Extranjera (IEME), único organismo que podía comprar oro.

Los «documentos de Canfranc», prueban que a cambio de esa ayuda estratégica para prolongar la contienda, España recibió al menos 12 toneladas de oro y 4 de opio, en tanto que a Portugal llegaron 74 toneladas de oro, 4 de plata, 44 de armamento, 10 de relojes y otros enseres, producto del expolio a los judíos. Portugal era la puerta de entrada de mercancías de Sudamérica y, al final de la Segunda Guerra Mundial, la de salida de muchos alemanes que se refugiaron en Argentina, Uruguay, Brasil o Paraguay. 


viernes, 4 de febrero de 2011

Mariela y el mal de amor V

Vuelve a llover con fuerza, aunque ya no con la fuerza de hace un rato. Una luz rotativa aparece de pronto, incendiando con altas llamaradas de color ámbar las fachadas del otro lado de la calle. -Ya se ha inundado el sótano de la farmacia y han venido a los bomberos- pienso mientras me imagino, no sin algo de maldad, a mademoiselle Druon despotricando contra los técnicos municipales. En el último año le aseguraron, hasta en seis ocasiones, que el problema con el alcantarillado estaba definitivamente resuelto. 
Me tienta acercarme a la ventana para curiosear pero me reprimo; precisamente y para despejar algunas dudas, me acude a la memoria una confidencia que, durante una larga madrugada etílica, Freddy destripó sin ambages. No se, después de tantos años, cuales fueron sus palabras, pero recuerdo bien la esencia del mensaje que decía esto: “Por entones, sólo se habían acostado un par de veces, su affaire todavía no era tal y era de suponer que el suyo era un secreto a dos bandas. El mancebo ya era un cliente fijo del bar de Mariela y un día, atendiendo a una noticia de la primera edición del Telediario en la que aparecían algunas modelos desfilando en ropa interior, soltó delante de Chema, el camarero de confianza: “Me encantaría hacérmelo con una pelona, y mejor aún; raparla yo mismo”. Eran otros tiempos, claro está. Tras los consabidos comentarios jocosos, la cosa quedó como de otra de las tantas filias sexuales que el mismo se atribuía, pero en la siguiente cita, alguna semana más tarde, Mariela apareció con el servicio de afeitado del abuelo dentro del bolso; bacía, jaboncillo, brocha y navaja.” Excuso pormenorizar la parte final del relato; la desenfrenada calentura de ella, el escaso filo del útil, el mal pulso de él y la profusa aplicación de Betadine y apósitos con que trataron de contener las hemorragias. Lo escribo sólo como una nota a recordar, aunque sospecho que moriré sin olvidarlo… por que aquella información me turbó, lo confieso. 

Fue la primera vez que malicié que la necesidad de obtener placer sexual a través del sometimiento también se daba entre la gente real; más allá de Historia de O y mucho, mucho más acá de los relatos de Anaïs Nin. En fin… en pocos días superé la impresión, pero aquel episodio supuso todo un punto de inflexión desde el que no tuve más opción que reconsiderar algunos aspectos trascendentes de mi filosofía vital frente a la de Raúl Mercader… 
Aquella vara si que dolió.

Continuará